martes, 23 de diciembre de 2014

Cuentos e historias para la ternura. La historia de este dìa mièrcoles 24 de diciembre 2014. JERUSALÈN AÑO CERO. Silvio Rodrìguez.

Amigas y amigos. Este 24 de diciembre  les envío esta historia escrita por Silvio Rodrìguez acerca de la vida del hombre del cual hoy se celebra su nacimiento en muchas partes del mundo. Espero que les guste.

Este es el último envío de este año 2014. Ha sido un trabajo muy agradable buscar las historias y cuentos y recibir las opiniones de ustedes. A todas y todos les mando un abrazo  por las fiestas navideñas, y los mejores deseos para que el año 2015 sea tiempo del ejercicio de nuestros derechos a la felicidad, al trabajo, al amor, a la justicia, a la ternura, a la libertad y a la vida. Y CON LA CONVICCIÓN DE QUE EN EL 2015 NUESTROS 43 HERMANOS NORMALISTAS DE AYOTZINAPA VOLVERÁN  A SUS HOGARES, PORQUE ELLOS ESTÁN VIVOS Y LOGRAREMOS SU LIBERTAD. Un abrazo y regresamos el 8 de enero del 2015 con nuevas historias y cuentos para la ternura.








JERUSALÈN AÑO CERO



De mano en mano 
se pasa la verdad 
en cada mano olvidara 
algo desierto y también se llevara 
de cada mano el parecer 
si camináramos calendario atrás 
todo estaría al revés.

 
Algunos dicen que es falso 
y otros repiten que es cierto 
que entró en Jerusalèn siendo de día 
se dice que su túnica era blanca 
que iba posada en sus ojos un ave del medio día 
aquel fue tiempo de tumbas 
aquel fue tiempo de flautas , 
de mercaderes , de lebion romanas 
se dice que la chusma lo seguía 
su palabra sencilla se la daba la mañana 

El Rey de los judíos 
el hijo de los hombres 
el cristo , el nazareno 
lo llamaban El Rey de los judios 

Jerusalèn año cero y se cambió la suerte 
con lo que pasó. 
Jerusalèn año cero y Nazaret 
y el caserío de Belén.
Jerusalén año cero fue el lugar 
donde ocurrió o donde no. 


Fue enemigo del imperio 
y amigo de la palabra 
decía que todo era para todos. 
Se dice que enseñaba a los pastores 
a compartir las ovejas 
y a cuidarse de los lobos. 
Tanta enseñanza hizo ruido 
en el poder de los templos 
y en la madera lo clavaron recio 
se dijo que por mago o hechicero 
pero si la historia es cierta fue por que hiciera silencio 

lunes, 22 de diciembre de 2014

Cuentos e historias para la ternura. La historia de este dìa martes 23 de diciembre del 2014.Marcos sin pasamontañas . Vicente Leñero.

Amigas y amigos; Hace unas semanas se adelanto en el camino don Vicente. Por las desorganizaciones de mi vida no fui cuidadoso de poner en estos cuentos e historias para la ternura algún cuento de él. Hoy les envío uno que tomo prestado del face de MOGA. Es una historia interesante y bonita. Espero les guste tanto como a mi.



Marcos sin pasamontañas

Vicente Leñero






Siempre que entro en el Palacio de Minería el corazón —es un decir— se me desboca en recuerdos. Ahí estudiamos ingeniería (civil, mecanicoelectricista, topográfica, petrolera) los grupos de la generación 1951.

No era entonces un palacio remozado y flamante como se le ve ahora para hacer honor a su constructor Manuel Tolsá, sino un edificio sí, majestuoso, aunque sumamente descuidado: con losetas quebradas en los patios, muros descarapelados, puertas chuecas y apolilladas. En su área izquierda albergaba oficinas invasoras de la Secretaría de Agricultura, y en la derecha tenía un patio sórdido y una alberca casi vacía, sucia, donde sufrimos las novatadas junto a salones húmedos con bancas torcidas.

Convertido hoy en la obra de arte que fue, alberga año con año la Feria Internacional del Libro dirigida con entusiasmo por un exfuncionario del cine: Fernando Macotela. En la que efectuó en febrero de 2013 fui invitado por la editorial Alfaguara a presentar un reciente libro de cuentos de mi autoría.

La conversación entre el lúcido y generoso Juan Villoro y este fracasado ingeniero convertido hoy en escritor se desarrolló durante cincuenta minutos rapiditos en aquel salón de actos donde hace añales presentábamos exámenes finales y al que llamábamos “la maternidad” por eso: porque íbamos “a parir”.

Sucedió entonces, ahora, que al interrumpir la charla con Villoro sencillamente porque “se acabó el tiempo”, se formó como siempre una bolita de público conocido o desconocido para saludar y preguntar algo a Juan, para solicitar una firma con pluma bic sobre el libro abierto en las primeras páginas, o para lo que se ha vuelto costumbre en los buscautógrafos: posar con el interpelado frente a la camarita de un celular.

En ese instante, en poquísimos segundos y con la mesa ceremonial de por medio —carpeta verde y micrófonos— se me acercó un chamaco chaparrito, moreno, hierático, que se había abierto paso a empujones hasta mí. Me tendió entonces lo que yo supuse una simple tarjeta blanca.

Me dijo:
—Esto se lo manda un amigo suyo.

Me distraje un poco y di la vuelta a la tarjeta blanca para saber si tenía alguna inscripción. Pero no era una tarjeta: era una fotografía a colores tamaño postal en la que se veía al célebre subcomandante Marcos. La clásica foto con pasamontañas y gorrita de dril: precisamente la que ilustra este texto.
—Estuvo aquí pero ya se fue —dijo el enviado chaparrito y se escurrió entre los agolpados.

¡Qué cosa!: estuvo aquí pero ya se fue.

Después de un rato de desconcierto, de buscar entre la gente un rostro “localizable” girando la cabeza como pollo desorientado, me puse a pensar en la libertad que disfruta el controvertido Marcos, el inútilmente delatado Rafael Guillén Vicente, al que entrevisté para Proceso en un amanecer de febrero de 1994.

A diferencia de los famosos que necesitan calzarse unos anteojos oscuros o una peluca o un disfraz para escapar de los acosadores y de los paparazzi mexicas, él lograba esconderse al revés: quitándose simplemente el pasamontañas y la gorrita. Podía salir entonces de Chiapas y transitar en cualquier ciudad o pueblo sin que nadie lo reconociera.


Por ahí andaba esa noche en el Palacio de Minería mironeando libros en los módulos de las editoriales, asomándose a las aburridas presentaciones, galaneando quizás


domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuentos e historias para la ternura. La historia de este día lunes 22 de diciembre del 2014 El niño sin lengua. Juan Goytisolo.

Amigas y amigos. Hace 17 años, el 22 de diciembre de 1997, allá en la comunidad de Acteal, en el municipio de Chenalhó, ubicado en la región de Los Altos de Chiapas al sureste de México, un grupo de paramilitares entrenados, financiados y protegidos por el Ejercito Mexicano, atacaron a niños, niñas, mujeres, hombres, ancianos y ancianas y asesinaron a 45 de ellos y ellas. Algunas mujeres estaban embarazadas. Hoy, quienes planearon esa masacre están en libertad; Ernesto Zedillo es consejero de empresas trasnacionales, Emilio Chuayffet es secretario de Educación Pública, y Eraclio Zepeda, uno de los principales asesinos, acaba de ser premiado con la medalla Belisario Domínguez por el Senado de la República Mexicana. Así es la justicia en nuestro país. Va esta historia escrita por Juan Goytisolo y publicada en el, libro Las Voces del Espejo. Espero que les guste y que un día se haga justicia.




El niño sin lengua.        
      
                                                                                                        Juan Goytisolo.

Cuando se dieron los hechos – así los denominaron las autoridades locales a fin de no herir, con exquisito pudor, la sensibilidad de la opinión pública ni de azuzar la consabida inquina y mala fe de los informadores -, el niño había sido apriscado con algunos familiares y vecinos  en un claro del bosque. Las fuerzas paramilitares, tras el saqueo e incendio de las viviendas, aguardaron la ceja del alba y los rubores del sol en la cresta de las colinas para proceder a la operación de limpieza. Dispararon con sus fusiles hasta que los aldeanos cayeron en medio de los gritos y el seco zumbido de los disparos.

El niño permaneció oculto  bajo el cadáver de un hombre y aguardo allí sin mover un musculo. Los milicianos remataban a  los heridos y, poco a poco, los gemidos cesaron. Se hizo el muerto, y en realidad, había muerto. Cuando lo rescataron contemplaba a sus salvadores  con los ojos vacíos, vueltos hacia algún punto fijo en el interior de sí mismo. ¿Había sobrevivido al exterminio? Su rostro no expresaba emoción alguna. Se había tragado la lengua. ¿Qué dijo Lázaro a su retorno del reino de las sombras?


Aquello había ocurrido en Bosnia, en Argelia, en Chechenia, en Perú y en Colombia, en varios países de África y Centroamérica, ahora en Chiapas. Quedó el niño sin voz. Era el testigo mudo de todas y cada una de esas matanzas. Fue fotografiado y su rostro apareció en las cinco partes del mundo. Su retrato enmarcado colgaba en numerosos despachos y lugares privados. Millones de personas se familiarizaron con su rostro, pero nadie alcanzó a identificarlo. Lo llamaron, es, el niño sin lengua, traspuesto al limbo desde la barbarie.

martes, 16 de diciembre de 2014

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. La historia de este dìa 17 de diciembre 2014. LA LLAMITA. E.Galeano


Amigas y amigos, este día les envío una historia retomada por Eduardo Galeano sucedida hace cuatro años. Una historia conmovedora, para contarse, recordarse y llevarse siempre en el corazón.

Diciembre

17

LA LLAMITA




* Eduardo Galeano 

EEEn esta mañana del año 2010, Mohamed Bouazizi venía arrastrando, como todos los días, su carrito de frutas y verduras en algún lugar de Túnez.
Como todos los días, llegaron los policías, a cobrar el peaje por ellos inventando.
Pero esta mañana, Mohamed no pagó.
Los policías lo golpearon, le volcaron el carrito y pisotearon las frutas y verduras desparramadas en el suelo.
Entonces Mohamed se regó con gasolina, de la cabeza a  los pies, y se prendió fuego.
Y esa fogata chiquita, no más alta que cualquier vendedor callejero, alcanzó en pocos días el tamaño de todo el mundo árabe, incendiado por la gente harta de ser nadie.
De Los hijos de los días, Siglo XXI, Buenos Aires, 2012.



jueves, 20 de noviembre de 2014

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. La historia de este día 20 de noviembre del 2014. DIARIO EN CUBA. 30 de junio 1961. José Revueltas.

Hoy 20 de noviembre es el aniversario del nacimiento de José Revueltas, uno delos más grandes mexicanos. Hay que leerlo y quererlo, esa es mi opinión. Por esto les envío la nota que él puso en su Diario en Cuba el 30 de junio de 1961 cuando viajó allá.  Espero les guste. Un abrazo. Y estoy seguro que José, con Silvestre y Fermín, estará hoy acompañando a los padres y madres de los 43 normalistas de Ayotzinapa.




30 de junio.

Hago mi primera “posta” de miliciano. Mi superior inmediato –el segundo jefe del pelotón al que pertenezco (el 5°)- , Manolo Pérez, es un muchacho delgado, de anteojos y de aspecto marcadamente intelectual. Estamos a la orilla dl bosque de la Habana, donde se encuentra el edificio de Telecolor. Tengo entre las manos un Springfield –no fue necesario enseñarme a manejarlo, es el mismo tipo de fusil con el que hacia yo “practica” cuando estuve en la Correccional, de eso  hace ya treinta y un años. Manolo me muestra mi ára de vigilancia. Señala primero a carretera, a nuestra espalda, que se pierde entre las tenebrosidades del bosque.

-Por este lado no hay ningún peligro… a unos quinientos metros está una posta de la marina…

Luego señala hacia el frente, una carretera que se bifurca, por la izquierda hacia una altozano,  por la derecha, junto al río. En el medio tres ceibas anchas, terriblemente frondosas, negras.

Manolo me da las instrucciones y luego se marcha. Yo había creído que haríamos la posta juntos (en las películas siempre se ven dos centinelas). Pero no. Esta noche ha estallado una bomba que los contrarrevolucionarios pusieron en las proximidades de las calles 21 y L. Hacía tiempo que estaban inactivos, pero parece que vuelven a agitarse.


Tengo mi Springfield en las manos, acaricio su culata y la miro de pronto con ternura inmensa. Alguien ha grabado ahí con una navaja estas palabras: “viva Fidel”.


Foto de Cuauhtémoc Rivera Arroyo.


miércoles, 19 de noviembre de 2014

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. El cuento de este día miércoles 19 de noviembre del 2014. ¿Cuánta será la oscuridad?. J. Revueltas.

Amigas y amigos
Después de varios días de ausencia, una vez más reanudamos nuestros envíos, en esta ocasión con un cuento de José Revueltas, que mañana 20 de noviembre se festeja y conmemora el 100 aniversario de su natalicio.
Como muchos saben, José Revueltas fue un gran escritos mexicanos, cuentista, novelista, filósofo, estudiosos de la estética y su relación con el arte, guionista y director de cine y teatro, y sobre todo, un revolucionario honesto y comunista total.
Les envío este cuento de nombre ¿Cuánta Será la Oscuridad?, que cierra la antología Dios en la Tierra, y en donde un grupo de protestantes se refugia en un desierto de magueyes tras ser atacado salvajemente por católicos.

Va pues recordando aquella pinta que hicieron los estudiantes de la UNAM en 1986 “Ay José, cuanta falta nos haces en estas Revueltas”



¿Cuánta será la oscuridad?

                                                                       José Revueltas





Ahora no tenía anteojos y su mirada se había empequeñecido tanto que le era preferible mantener los párpados cerrados sin que pudiese remediar una dura y áspera desolación interior sacudiendo su alma. Así era más pobre y más débil y más humilde de todo lo que antes fue, y aunque esto contribuyera a fortalecerlo dábale miedo dentro del corazón, porque en fin de cuentas no era otra cosa que una humana criatura, con el cuerpo vencido y con los ojos sin siquiera mirar bien, ni siquiera mirar bien las cosas del espíritu porque estaban llenos de asombro de la vida y de la muerte y por ello secos en definitiva. “Pues si la lumbre que está en ti es oscuridad, la oscuridad ¿cuánta será?", recordó las palabras del Evangelio según San Mateo. “Cuan poca es entonces –se dijo-, cuán poca y cuán incierta la pobre luz de los hombres”.

            Como ser humano, como ser dueño de una dignidad natural, jamás se había sentido tan lleno de impotencia. Si abría los ojos, en su torno sólo encontraba manchas casi deshumanizadas que, sin embargo, eran, como él, seres de carne y hueso y con vida. Pero ese abrir de ojos renovaba dentro de su corazón el sentimiento de soledad, de terrible desamparo, dependencia y pequeñez. No tenía fuerzas, tampoco, para rezar, ni fuerzas, ni ideas, ni espíritu, así como, de igual manera, sentíase del todo débil e inútil para decir algo que consolase a la pobre gente que lo rodeaba. Quizá, de tener sus anteojos, se sentiría otra vez fuerte, piadoso y activo, como cuando se inicio en el conocimiento de los evangelios, pero ahora sólo comprendía su propio dolor y su propio miedo.

            Recordaba a los perseguidores, cómo tenían el rostro completamente pálido y cómo la voz ya no era suya. Tal vez sufrieran igualmente que los perseguidores, pero sin duda con un sufrimiento cargado de rencor y de tristeza. Sin embargo, al mismo tiempo pensaba, lleno de alarma, que a los perseguidores, a los instrumentos de venganza, no los perseguiría, como a Caín, el ojo de la Divina Providencia; que eran tan fuertes y lóbregos que el remordimiento jamás podría habitar dentro de sus corazones. ¿Y si volvieran? ¿Si algún grupo de ellos lo encontrase aquí, en medio de su aterrorizado rebaño? ¿Cómo podría huir él, casi ciego, con sus inútiles ojos miopes? Experimentó una amargura indecible, y por instinto, sin darse cuenta, llevó la mano a la altura del pecho por sobre la miserable camisa de manta, para buscar los espejuelos, que ya no estaban ahí, pero que debieran pender de un cordoncito, el mismo que le destrozó la piel del cuello, en un surco de sangre, al serle arrancado por los perseguidores.

            La informe y dura mancha de una mujer se aproximó:
            -Hermano pastor –le dijo-, calme usted a la niña. Haga usted que no llore, por favor.
            La voz de la mujer era temblorosa y queda.
            El pastor abrió los ojos hinchados. Daban lástima, hoy mucho más pequeños, como semillitas.
            -Sólo usted puede calmarla –oyó que agregaba la mujer.

            No quiso replicar una palabra. Miró el rostro opaco de la mujer y hubiera querido besarle la frente y darle las gracias por su fe. Justamente besarle la frente en el sitio mismo de la terrible herida. La mujer mostraba un machetazo de refilón que le había despellejado la mitad de la frente, y ahora, al hablar, espantaba las moscas con la mano y este movimiento era como un ave rítmica, humana y extraña.

            Sí, el pastor había oído a la niña desde hacía varias horas, las horas que llevaban refugiados ahí. Aunque tal vez aquellos gemidos se remontasen a un tiempo más lejano, a un tiempo absolutamente lejano. El pastor había visto cómo era una niña pequeñita y cubierta de sangre, pero seguramente no lloraba por sus heridas sino por algo más espantoso. Al comprender esto sintió toda la infinita inutilidad de su propia vida y de la vida en general. ¿Por qué deberían ser así las cosas? ¿Por qué no habría nada detrás del hombre, sino pavor? Aquella niña lloraba, pero su llanto era un llanto adulto y envejecido, extenso, un llanto más allá de la edad.

            -¡Déjame y vete! –dijo entonces, imperiosamente, a la mujer.
            Los ahí reunidos habían llegado a un punto mortal y solitario que les revelaba lo nunca visto y lo definitivo. El pastor ya no era un hombre de Dios, sino un ser desnudo y sin potestad, y todos estaban desnudos frente a sus propias vidas. Lo ocurrido hasta entonces era más tremendo y más fuerte que la fe y desde ahora comenzarían a contemplar algo extraordinariamente frío, no imaginado nunca.
            La mujer quiso insistir ante el sacerdote, pero de pronto le pareció aquello sin el menor sentido. La pequeña Néstora debía sobrellevar, aún tan pequeña, aún tan sin pecado, todo su sufrimiento, todo su terror, y eso en soledad, sin ayuda de nadie, porque era un niñita a quien le había tocado saber, en un solo golpe, del dolor entero del mundo, como si fuese un testimonio vivo de la impiedad que habita en cada uno de los rincones.

            Regresó a su sitio la mujer junto a la niña y junto a Demetrio, que estaba ahí sentado.
            -Ya está llorando más quedito –dijo Demetrio en relación con la niña y a modo de consuelo.
            La mujer se sentó junto a su hombre, terriblemente absorta y con lo oídos dispuestos tan sólo para oír el llanto de la pequeña. No le importaba ya nada en el mundo sino ese llanto, y ese llanto no cesaría jamás, ni siquiera con la muerte.

            -¿No quiso venir? –preguntó Demetrio señalando con la cabeza hacia el pastor.
            -Creo que no me reconoció –repuso ella con voz sorda-. Creo que se está quedando ciego.

            La pequeña Néstora reposaba entre dos matas de maguey sobre cuyas hojas un delantal servía de mosquitero. Todos los ahí reunidos, Genoveva, Abigail, Timoteo, y desde luego los padres, Demetrio y Rosenda, tenían concentrada su atención, como hechizados, en el sollozar de la niña. Nadie decía una palabra, pues era como un sortilegio oscuro, como una revelación de algo pesado y descomunal que aún no se comprendía del todo pero que era el descubrimiento de un hecho existente en la vida y que ellos hasta ahora no habían sospechado. Un martirio sin medida los ataba a ese llanto; la conciencia de una crueldad inaudita obligábalos a no escuchar ya otra cosa que aquel sollozo sobrehumano.

            Se refugiaban al amparo de una colina, sobre la extensión tristísima del desierto sembrado de magueyes. Era como si el país, sobre su tierra, no tuviese otra cosa que magueyes, hasta el horizonte, y con algo de extrañamente humano, sentados, encogidos, herméticos, como animales humanos y a la vez vegetales. Pero también era como la resurrección porque el cielo, entre las agaves, las volvía, de tan radiante, flores, flores verdes, coronas, laurel espantoso y puro.
            Se refugiaban ahí porque ahí estaba la soledad y quizá a ese sitio no llegasen los perseguidores, no llegara el odio, aunque estaba presente, para toda la eternidad, el llanto de la niña que era peor que el odio y la persecución. Todos callaban. Ahora no podían volver a mirar, frente a frente, el rostro de ningún ser humano, de ningún semejante; ahora ya no comprenderían ese rostro ni si en alguna ocasión hubo un lazo vital, solidario y de especie, entre ese rostro y los propios rostros de ellos. Aunque las cosas volvieran nuevamente a ser normales ya no serían las mismas, pues se había establecido un vacío sin medida que ocupaba todo en derredor, como un mar.

            Abigail tosió y todos sintieron el dolor que aquella tos causaba sobre el cuerpo de la mujer. Se había vuelto fea –cuando antes era lozana, tranquila-, muy sucia, como una bestia, y a simple vista se advertía cómo no se la podía tocar siquiera, a tal grado, por dentro, era un sistema de dolor y de desorden bajo el vientre. Esparrancada, como una parturienta, se tendía completamente inmóvil, completamente inhumana.

            -¡Pobrecita! –exclamó Timoteo, su marido, poniéndole la mano sobre la frente como a una madre enferma, al mismo tiempo que le dirigía una mirada sin luz y sin inteligencia. “¡Pobrecita!” Sin embargo, todos sus deseos eran que muriese. Al verla ahí la odiaba con un rencor sin prórroga, seco y lleno de asco, como se odia una cosa que lastima y a la cual, de ninguna manera, se concede el derecho de lastimar. Comprendía que ella no era culpable de nada, pero algo le decía que, de cualquier modo, era culpable por quién sabe qué razones oscuras e injustas. Culpable tal vez por no haber muerto. Revolvíasele entonces desde las entrañas el reproche bárbaro. “¡Puta! ¡Puta desgraciada!”, y le entraban enormes deseos de llorar.

            Abigail abrió los ojos, quejándose en voz muy baja, como con vergüenza. Al advertir la mirada de Timoteo comprendió que ya nada podría reconstruirse entre ellos y que su amor había terminado para siempre, pero no pudo decir la más pequeña palabra.

            No se movería de ahí ninguno de los fugitivos. Nadie pensaba hacerlo. Aquella era su patria de magueyes, de cactos, patria colérica, patria espesa, con su desesperado cielo.
            “Yo no perdí nada –decíase Genoveva, una de las tres mujeres ahí presentes, las otras dos eran Abigail y Rosenda, sin contar la pequeña Néstora, aún no mujer e hija de Rosenda-, yo no perdí nada y sin embargo estoy sola, abatida y sin esperanza, como si hubiera perdido todo. Yo no perdí sino un pequeño muertecito”.
            Los perseguidores habían llegado a casa de Genoveva, por la noche. El jefe de ellos, furioso, enfermo de furia, tomó por los pies al delicado, majestuoso cadáver de Rito, que era como una hermosa paloma fúnebre en el velorio, como una pequeña ave solemne llegada a la muerte.

            -Este niño –dijo el jefe, y al decirlo sus ojos estaban blancos y sin pupilas, larga y profundamente ciegos- no es hijo de Nuestra Santa Madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. No ha sido bautizado en Dios. Es menos que un perro.
            Entonces tiró de los pies de Rito con una lóbrega violencia iluminada, como si reprodujera un sacrificio antiguo y profundo, exaltado y enternecedor. Los demás hombres sujetaron a Genoveva, mientras del otro lado de la casa, en la porqueriza, oíase el ruido de los cerdos al devorar el pequeño muertecito.

            “Hubiera estado vivo –se decía hoy Genoveva-, pero ya estaba muerto. De todas maneras ya estaba muerto y al día siguiente lo íbamos a enterrar. No sé entonces por qué sufro tanto, ni por qué me siento tan sola en el mundo.”

            Mayor sufrimiento el de Rosenda que vio flagelar a su hijita Néstora. Cubrieron de sangre el cuerpo de la pequeña a fuerza de machetazos y ahora la niña estaba loca y sollozaba sin medida.
            -La bautizaré en la Iglesia Católica –les gritó Rosenda-, pero déjenla. ¡Déjenla, por Dios y todos lo santos!
            Sin embargo los perseguidores no dieron oído a sus palabras y aquello duró como si hubiese durado por toda la vida.

            Hoy era imposible comprender nada. Ahí estaban todos reunidos, pero sin comprender ya nada de la existencia.
           
El viejo pastor protestante, vestido con su calzón de manta y calzado con sus huaraches, parecía dormir, apoyada la cabeza en un montón de tierra y los ojos fuertemente cerrados. Parecía dormir pero abrió los párpados y se convenció de que había perdido la vista por completo. Entonces muy quedamente empezaron a rodar las lágrimas por sus mejillas. Todo estaba consumado



martes, 23 de septiembre de 2014

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. La historia de este día miércoles 24 de septiembre del 2014. Neruda en Colombia. James Petras.


Amigas y amigos.

El 23 de septiembre trae muchas historias, como todo el calendario. Ayer  enviamos La Batalla del Casco de Santo Tomás, y nos quedan por juntar la Toma del Internado del IPN en 1956 por el Ejército Mexicano, el asalto al Cuartel madera allà en Chihuahua y vayan ustedes a saber cuantas más. Hoy queremos recordar a Pablo Neruda que dicen que se fue, pero otros dicen que se quedó, y como dice el Viejo Antonio  “Aunque acá nuestros muertos viven.  Viven, sí, pero no porque lo deseemos, que de por sí… no porque  guardemos su memoria, que de por sí. Viven porque nos han dejado  un debe, un pendiente, un algo que debemos hacer.”

Entonces, recordando al poeta, al comunista, al revolucionario, al latinoamericano, les envío esta historia que James Petras  presenta en su libro Escribiendo Historias. Como siempre, espero que les conmueva, y que Neruda nos siga viendo pa lo que debemos hacer. Un abrazo.

                               


                            
                               Neruda en Colombia


Nos detuvimos un rato en la Peña de los Parra, un agradable bar que regenteaba Violeta Parra y su familia en la calle del Carmen. Años después, periodistas y sociólogos lo transformarían en «un legendario lugar de encuentro de escritores y artistas» de un Santiago más bien serio.

Durante los años sesenta, salvo los fines de semana en que solía estar atestado, era un lugar tranquilo y barato para hablar con los amigos al calor de un canelazo y un plato de empanadas.

Una noche, nos citamos con el escritor y anarquista chileno Manuel Rojas. Mientras charlábamos, Violeta tocó la guitarra y cantó con una voz áspera y quejumbrosa:

«Sólo el amor, con su ciencia, nos hace tan inocentes...».

Mientras bebíamos, le pregunté a Manuel lo que pensaba de Pablo Neruda. Se rió:

–Es un poeta de los grandes, pero políticamente hablamos en idiomas distintos. Hay que reconocer que es muy influyente entre los intelectuales y que tiene muy buena llegada entre la gente de base, y no de Chile nomás, sino de toda América Latina.
–Eso es algo insólito.
–Pero es cierto. Déjeme contarle una historia, James, puede que no sea de verdad... pero de todas maneras podría haber pasado. Así como me la contaron,

Pablo estaba en Colombia, donde lo tenían invitado a dar una serie de conferencias. Iba en un bus. Una tarde, pasaban por un camino rural en una parte muy tupida de la selva cuando un grupo de campesinos paró la máquina. Estaban armados con machetes y unos cuantos rifles.Hicieron bajarse a todos los pasajeros. Uno de los asaltantes se fijó en la corpulencia de Neruda y se le acercó.

–Usted, ¿cómo se llama usted?

–Neruda, Pablo Neruda... –respondió con nerviosismo.

Los ojos del campesino mostraron sorpresa.

–¿Tiene algo que ver con el poeta chileno?

Pablo se tranquilizó. Por un momento, miró los machetes, que brillaban bajo el sol poniente.

–Bueno, yo soy chileno y escribo poesía.

El rostro del campesino se iluminó con una sonrisa.

–Qué oportunidad. Me encantaría que fuera usted nuestro invitado esta noche. Y, si es posible, nos gustaría escuchar algunos de sus poemas.

Pablo esbozó una leve sonrisa.

–Cómo no, si ustedes quieren..., pero ¿cómo voy a llegar a Bogotá?
–Le encontraremos otro bus, no se preocupe... y, si hace falta, lo expropiaremos.

Pablo siguió a los campesinos al interior de la selva, mientras el guerrillero hablaba brevemente con el chófer.

–Esperarán.

Aquella noche comieron pollo asado y aguardiente y Pablo fue el huésped de honor, en el centro de una larga mesa.

Hacía calor y estaba sudando. Miró la plaza improvisada.Estaba llena a rebosar. Familias enteras, madres que amamantaban a sus bebés,abuelas con caras cansadas, adolescentes y, desde luego, campesinos y campesinas llegados con su ropa de trabajo. Sólo unos cuantos habían tenido tiempo para ponerse camisas blancas y blusas.

Allí, bajo una ampolleta desnuda que colgaba sobre una plataforma improvisada, Pablo fue presentado como "el famoso poeta chileno que ha venido a Colombia a recitar sus poesías y ha tenido a bien estar con nosotros esta noche".

Pablo alzó ligeramente las cejas. Luego, observó el mar de rostros. La plaza del pueblo estaba a reventar... las caras se confundían con la penumbra... eran los indios explotados sobre los que él había escrito.

Empezó a recitar de memoria. Su voz resonaba en la oscuridadcon una cadencia armoniosa. La masa de gente escuchaba con atención, caras quemadas, frentes que brillaban en la noche. Pablo recitó Alturas de Machu Pichu:

Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:...


Entonces, dudó; su memoria le falló en el silencio de aquel pueblo abandonado en medio de la selva. Su anfitrión, el campesino que había agitado el machete y que detuvo el bus, se levantó y, con voz clara, continuó:

...alfarero en tu greda derramado:
traed la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y
vuestro surco,
decidme: aquí fuicastigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo
la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron...


Pablo rió satisfecho, aliviado. Se abrazaron.

A la mañana siguiente, subió al bus y miró por la ventanilla. Sonreían, diciéndole adiós.

–Adiós, compañeros –murmuró.

El motor arrancó.

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. La historia de este día martes 23 de septiembre del 2014. LA BATALLA DEL CASCO DE SANTO TOMÁS, 23 DE SEPTIEMBRE DE 1968.




Amigas y amigos, les envío la tercera historia de la resistencia politécnica a los grupos policíacos, paramilitares y militares en 1968. Espero que les conmuevan. Son tres testimonios de estudiantes politécnicos que participaron activamente en ese movimiento estudiantil. Un abrazo


LA BATALLA DEL CASCO DE SANTO TOMÁS, 
23 DE SEPTIEMBRE DE 1968.




Para el 23 de septiembre, las escuelas se habían transformado para muchos de nosotros en nuestras casas, sobre todo los que veníamos de provincia. Comíamos, dormíamos. Todo giraba en torno a las escuelas. Llegaban estudiantes a las cafeterías, convertidas en comedores; no sólo los de guardia, todos, y el lumpen y gente que llegaba. Además, nos llegaban provisiones de todos lados. Siempre teníamos comida abundante.
Días antes ya nos tenían muy hostigados. Desde fines de agosto. Un día llegaron esos paramilitares y un compañero, el Chivo Arrod, se les enfrentó, y un paramilitar le sacó la pistola y estaba a punto de dispararle cuando una señora, de unos sesenta años o más y toda tembeleque, que tenía una lonchería, sacó un cuchillo, se lo puso en la frente al tipo: “Usted que lo mata y yo que lo atravieso”.
La situación de violencia era generalizada y no éramos nosotros quienes la habíamos desatado.
La batalla del 23 de septiembre se inició prácticamente entre las seis y las siete de la tarde. Una cantidad considerable de compañeros salieron asustados de lo que estaba sucediendo; la policía ya no estaba jugando sino venía armada y los enfrentamientos eran bastante serios, particularmente en la Escuela de Economía. Yo no lo vi, pero hubo compañeros que dijeron que ahí había algún rifle 22, aparte de las bazucas esas y piedras.
Recuerdo el espectáculo tan impresionante que había en la Escuela de Medicina, donde había compañeros heridos en la plancha de operaciones y disección, y ahí se quedaban. Llegaban compañeros heridos, muy graves, porque la herida que ocasiona un rifle Máuser es verdaderamente espectacular. Uno de los lugares que tomaron primero fue precisamente Medicina. Lo tomó la policía montada. El Casco finalmente lo tomó el ejército.
Cuando la resistencia del Casco de Santo Tomás, con los antecedentes de Zacatenco y Tlatelolco, nuestra actitud frente a los granaderos había cambiado mucho En vez de sentirnos siempre reprimidos, avanzábamos, los enfrentábamos cada vez más. Si en Tlatelolco nos habíamos preparado para enfrentarlos, los habíamos provocado, cuando se da la defensa del Casco de Santo Tomás ya los estábamos esperando. Para entonces ya habíamos recibido muchas experiencias de resistencia de los compañeros ferrocarrileros, la gente de Tepito y Peralvillo.

En el Casco luchamos primero contra los granaderos, y luego con la policía montada. Mientras que los granaderos generalmente utilizaban gases lacrimógenos y pistolas 38 cuando mucho, la policía montada usaba mosquetones y Máuser, con características muy similares a las del ejército.
Participaron prácticamente todas las escuelas, incluyendo la ESCA, la Escuela Superior de Economía, Ciencias Biológicas, Medicina, Enfermería, que ya se había integrado totalmente al movimiento, Voca Tres, Voca Seis “Wilfrido Massieu”; ya para entonces habíamos tomado la FNET y por lo tanto el Casco lo teníamos todo.

Habíamos perfeccionado nuestro arsenal. Hicimos unas bazucas con cohetones (cohetes de arranque), que se prenden y salen conducidos con un tubo de agua de tres cuartos; esos nos daban posibilidad de apuntar.

Es necesario destacar lo patético que es ese proceso, no se cómo describirlo. Había compañeros que se enfrentaban, pero otros salían despavoridos. Empiezan a cundir la desesperación, el pánico, la impotencia. Y luego empiezan a llegar noticias de compañeros que han muerto, de tal forma que se genera una situación verdaderamente dramática.

Esa fue la experiencia más dramática de mi vida. Fue la primera vez que sentí miedo a la muerte. Ahí eran nuestras casas. No había a dónde ir.

Para el 2 de Octubre yo ya experimentaba una verdadera sicosis. Palabra que en el Casco de Santo Tomás yo sí vi la muerte. Me entró pánico. Caminaba por muchos lados y sentía que la muerte estaba muy cerquita, que muchos compañeros habían tronado ahí, o por lo menos esa idea tenía yo. Posteriormente nos fuimos rencontrando muchos pero la imagen que nos deja el Casco de Santo Tomás es de que debieron haber muerto muchas gentes. No fue así. Sí hubo muertos, pero pocos en relación a la violencia.


                                                    Jaime García Reyes



En esas épocas hasta engordábamos. Llegábamos en brigada a un mercado a botear, nos daban canastas de víveres. Pero, no podemos decir que nos enfrentábamos porque sí. Nos asediaban. Por las noches era común que paramilitares o policías entraran a las escuelas para asaltar con medias en la cara, fundamentalmente las escuelas prevocacionales.

De pronto hay cortos circuitos y se va la luz en esa zona. La policía hizo chocar los cables de alta tensión y se rompieron los alimentadores. Las escuelas se inundaron porque la balacera tronó los tinacos y había muchísima agua. 

Entonces, los muchachos hicieron una defensa en condiciones muy difíciles. Pero cuando entra el ejército, hasta los heridos habían sido sacados por las partes traseras. O sea, no hacen muchos prisioneros.

En la toma de cualquier plaza, alguien con un altavoz dice: “ríndanse” o cualquier cosa. Pero en Santo Tomás no hay intento de negociación; el ejército, las fuerzas paramilitares y la policía actúan para el desalojo. No permitieron una rendición. Se trataba de matar, destruir. La resistencia era de vida o muerte. ¿Cómo decir “bueno, ahí muere señores. Nos rendimos. Tomen la plaza”.
                                     
                                               Fernando Hernández Zárate



La secuencia es: Primero, granaderos; intentan acercarse y son rechazados completamente, una de las cosas que causa mucho impacto en ellos son las bazucas. Posteriormente llega la policía montada y por último el ejército. Los que estábamos en Zacatenco, al tener conocimiento de este enfrentamiento, vamos al Casco y lo encontramos rodeado por el ejército. A eso de las diez u once de la noche es un zangaloteo de balazos y estallidos.

Cuando por fin entran el ejército y la montada, no agarran a nadie; encuentran compañeros muertos en la Escuela de Medicina pero nada más.

Es el punto que me parece más significativo, la defensa de nuestra institución, nuestra casa, el lugar donde vamos a realizar la posibilidad de nuestra superación. Es todo. Es muy diferente a la actitud del universitario, no por menospreciar. Se ve en la Voca Cinco, la Voca Siete, Zacatenco. Cuando sale el ejército nos volvemos a posesionar de los planteles para cuidar nuestras bancas, los laboratorios, la maquinaria, la biblioteca. En nuestra escuela no se perdió un solo libro, no se destruyó absolutamente ningún equipo de laboratorio ni de maquinaria; teníamos máquinas costosas.

Esta resistencia también se dio en las Prepas Uno, Dos, Tres, Cinco, Nueve, pero donde tuvo más significado y heroismo fue en el Politécnico. Nunca hubo la idea de rendirnos. Frente a la fuerza, nunca se nos ocurrió decir: “Vamos a rendirnos”, sino “Vamos adelante, vamos adelante”. Esto se mantuvo incluso después del 2 de Octubre.

                                                                       David Vega

Jaime García Reyes, hijo de una maestra normalista que participó en el Movimiento Revolucionario del Magisterio, militó desde muy joven con los comunistas de la Liga Espartaco, estudió en la Escuela Superior de Economía y actualmente da clases en el IPN y el CCH Sur.

Francisco Hernández Zárate nació en Orizaba, Veracruz, donde su padre, obrero de la Cervecería Moctezuma, sufrió cárcel por su actividad sindical. Egresado de la Escuela Superior de Economía, desde hace varios años trabaja como asesor de diversas organizaciones agrícolas afiliadas a la Confederación Nacional Campesina.

David Vega, hijo de un maestro normalista que participó en el movimiento henriquista, estudió en la Escuela Superior de Ingeniería Textil, trabajó muchos años en la industria textil y ahora dirige una escuela técnica en el estado de Puebla.