viernes, 15 de mayo de 2015

Cuentos e historias para la ternura:. Dos historias para este viernes 15 de mayo 2015, Día del maestro.El Maestro. El Profesor. Eduardo Galeano.


Hoy, como cada año, comparto en este espacio dos bellas historias escritas por Eduardo Galeano; y como cada año, vienen a mi mente los recuerdos de aquellos maestros que me enseñaron en la UNAM muchas cosas, entre ellas a amar a este país y a estar comprometido con los que siempre pierden en la historia.

Un recuerdo y agradecimientos para mis profesores, Luis Javier Garrido, Francisco Gomezjara Agustín Cueva, Enrique Valencia, Carlos Sirvent, Carlos Quijano, Cuauhtémoc Zúñiga y la profesora Olivia Sarahi Cornejo.  Así también a mis maestros de la escuela “Vasco de Quiroga”, allá en el barrio de Tepito; las maestras Lourdes, María Elena, Nercedalia y la maestra Palacios y al maestro Lucero M. Gordillo. Para mis maestros de cuentería Nicolás Buenaventura, Rosa María Durand y Rodolfo Castro.  Para todos ellos y ellas un abrazo y mi agradecimiento eterno.




EL MAESTRO

Eduardo Galeano

Los alumnos de sexto grado, en una escuela de Montevideo, habían organizado un concurso de novelas.

Todos participaron.

Los jurados éramos tres. El maestro Óscar, puños raídos, sueldo de fakir, más una alumna, representante de los autores, y yo.
En la ceremonia de premiación se prohibió la entrada de los padres y demás adultos. Los jurados dimos lectura al acta, que destacaba los méritos de cada uno de los trabajos. El concurso fue ganado por todos, y para cada premiado hubo una ovación, una lluvia de serpentinas y una medallita donada por el joyero del barrio.

Después, el maestro Óscar me dijo:
nos sentimos tan unidos, que me dan ganas de dejarlos a todos repetidores.

Y una de las alumnas, que había venido a la capital desde un pueblo perdido en el campo, se quedó charlando conmigo. Me dijo que ella, antes, no hablaba ni una palabra, y riendo me explicó que el problema era que ahora no se podía callar. Y me dijo que quería al maestro, lo quería muuuucho, porque él le había enseñado a perder el miedo de equivocarse.


EL PROFESOR

                                                                                 Eduardo Galeano

En el patio, un ruido de botas con espuelas. Desde lo alto de las botas, tronó la voz de Alcibíades Britez, jefe de policía del Paraguay, un servidor de la patria que cobraba los sueldos y recibía las raciones de los policías difuntos.

Desnudo, tirado boca abajo sobre el charco de su sangre, el prisionero reconoció la voz. Ésta no era su primera estadía en el infierno. Lo interrogaban, o sea, lo metían en la máquina de picar carne humana, cada vez que los estudiantes o los campesinos sin tierra hacían alboroto y cada vez que aparecía la ciudad de Asunción llena de panfletos para nada cariñosos con la dictadura militar.

La bota lo pateó, lo hizo rodar. Y la voz del jefe sentenció:

-El profesor Bernal… Vergüenza debía darte. Mira el ejemplo que les das a los muchachos. Los profesores no están para armar líos. Los profesores están para formar ciudadanos.

-Eso hago. -Balbuceó Bernal.


Contestó por milagro. Él era un resto de él.

sábado, 9 de mayo de 2015

Cuentos e historias para la ternura. La historia de este día domingo 10 de mayo del 2015. LA NIÑA LECIA. Cuauhtémoc R.G.

Amigas y amigos. En este 10 de mayo, como miles de personas, recuerdo a mi señora madre. Y quiero anotar una breve historia que le he dedicado desde hace años.  Hace 31 años que ella partió hacia la vida eterna, allá seguramente me espera, mientras tanto, acá le escribo esto. Ojala y les guste. Un abrazo y una felicitación a mis amigas que son madres, y a mis amigos que son padres y madres al mismo tiempo.





LA NIÑA LECIA.

En un lugar cercano a la ciudad de México, ahí en donde existió el gran señorío de Texcoco, desde mucho antes  de que llegaran los hombres barbados, existe un pueblito llamado Papalotla, que en lengua antigua significa "Lugar de las Mariposas".

Ahí las mariposas pasean por todas las calles. Las mariposas juegan en el parque del zócalo, en las milpas, en los patios de las casas, en las largas orillas del río.

Ahí, en Papalotla, vivió hace unos años una niña llamada Celia a quien le gustaba ir al centro y jugar en el kiosco con las mariposas. Con ellas corría, les hablaba, les cantaba y jugaba.

Celia tenia una mamá llamada Petra,  la cual era una mujer muy feliz, sencilla y trabajadora; también tenia un  papá llamado Indalecio,seguramente por esto, a Celia se le conocía como "Lecia", "La niña Lecia". Era un juego cariñoso de palabras; Indalecio, Lecia, Celia.

Indalecio  era un señor que todos los días,  antes del amanecer, se iba a trabajar al campo, porque él era un peón, un campesino que trabajaba sembrando maíz y otras cosas, por un salario muy pequeño.  Y todos los días, cuando llegaba la hora del almuerzo,  Lecia  y Petra le iban a dejar la comida a Indalecio.

Lecia iba por el camino corre y corre, juegue y juegue, ríe que ríe, mojándose los pies con el agua del río,platicando con las mariposas, y sintiendo en el rostro la frescura del viento y el calor del sol.

  Cuando por fin llegaban con Indalecio, sacaban la comida. Todo era un manjar;  llevaban tortillas calientes, frijoles,arroz, verduras, pollos y muchas frutas. Los tres comían juntos, contentos, 

Indalecio era un hombre al que  mucho le gustaba ir  a las ferias y apostar en la pelea de gallos; un día llegó la gran feria del pueblo de Tepeclaoxto,sus grandes juegos mecánicos, sus carreras de caballos, sus peleas de gallos,sus focos que por las noches alumbraban, su música con la banda del pueblo, y sus juegos artificiales, sus castillos y "El Torito".

Y ahí estaban los tres. E Indalecio apostó ¿y que creen? ... ¡perdió!, pero perdió y  no quiso pagar y los que ganaron dijeron "¿Cómo que no pagas?" y entonces lo empezaron a corretear. E Indalecio que empieza a correr, y Lecia y Petra  que lo empiezan a seguir, y que se meten para el cerro de Tepeclaoxto para cruzar hacia Papalotla,  Indalecio le decía a Lecia y a Petrita:¡corre, escóndete por allá! y la agarraba a la niña de la manita y la jalaba para acá y para allá, y los hombres con machete en mano les gritaban y les perseguían y aquellos corrían y total... ¡que se escaparon!.

Pero Indalecio no solamente era jugador. No solamente era peón de  campo.El  condenado también era bien mujeriego y enamorado. Y un día  Indalecio llego con Lecia y Petra  y les dijo "Me voy de la casa". Lecia se puso triste, triste, se quedó calladita,solamente mirando a su padre, y empezó a llorar, pero era una forma muy especial de llorar, porque sus lágrimas no salían de sus ojitos, sino que lloraba para adentro, y sus lagrimas iban directamente para su alma, ella estaba destruida.

Petra aunque no hacia notar su tristeza  también se sentía mal. Pero siempre mostró fortaleza. Pasaron los días, los meses y en una ocasión, La madre le dijo a la hija, "Lecia nos vamos del pueblo, nos vamos a vivir a la gran ciudad"

Lecia obedeció, y antes de irse,salió al patio de su casa, ahí se despidió de sus mariposas y agarró un puñito de semillas, y se lo guardo en la bolsita de su vestido. Miró al cielo, con sus ojos acaricio las blancas nubes y el viento le beso en las mejillas.

Cuando llegó a la ciudad se quedó sorprendida al  ver tantos edificios,tantos automóviles y tantas y tantas cosas distintas.

Aquí en la ciudad  creció, paso su niñez y su juventud. Aquí ella conoció a un hombre llamado José María, que le decían "El Gasolina", "El Chema", "El Zorro", en fin.

EL Gasolina era mecánico, chofer de camiones y trailers, le gustaba el alpinismo, corría maratones, era músico y pintor, era pues, artista, y además era comunista.

Ellos fueron novios, y un día,  Chema le dijo a  Lecia "Vamos a vivir juntos, vamos a casarnos". Lecia le dijo "Si, pero con una condición" y fue entonces cuando ella sacó aquellas semillitas que por tanto tiempo había guardado en su bolsita, y se las mostró, ahí, en su mano femenina. "Vamos a sembrarlas juntos", ella le dijo.

Él sin pensarlo  le dijo que si y juntos las  fueron a sembrar en una maceta que estaba en el patio de la vieja vecindad en que vivían en la Calle de Canal del Norte.

Pasaron los años y Chema tuvo que partir a una mejor vida. Lecia siguió viviendo con sus hijos y muchos años después,  ella enfermó. Un día, cuando ella estaba muy enfermita, decidió salir a pasear  por el jardín de su alma. 

Y cuando dio sus primeros pasos por el verde suelo, allí se  encontró  a Chema, y entonces se abrazaron y se besaron como se besan dos  grandes enamorados, se tomaron de la  mano, y  juntos fueron a ver aquellas semillitas que habían sembrado, y ya para ese entonces no eran semillitas, si no que era todo una milpa,  que estaba llena de sociólogos, ingenieros,arquitectos, bailarinas, contadores, estudiantes, trabajadores y trabajadoras,bueno, ... hasta un cuenta cuentos había.

Eso era lo que habían creado juntos.

En eso estaban, mirando su milpa,sonriendo a la vida, a sus noblezas y querencias, cuando de  pronto Lecia volteó la mirada y apareció ante ella  su mamá, sí, ahí estaba Petrita, y entonces Lecia corrió y la abrazó y la besó, y en eso estaban cuando la niña Lecia voltea hacia atrás y ve al güero Indalecio ahí parado, con los brazos abiertos y sonriéndole. Y entonces Lecia otra vez corre y corre y abraza a su padre y le dice "Papá, cuantos años esperándote, cuanto tiempo sin vernos", y el padre la besa y le dice "Ahora ya nada nos separará hijita, ahora viviremos una eternidad juntos, tu, yo, tu madre y tu  Chema".

Y los cuatro,  todos juntos se fueron caminando hacia el sol, atravesaron las aguas del río, jugaron y se bañaron en él, alcanzaron las nubes y besaron el cielo azul.

Y dicen  los que saben, que poco a poco, los cuatro  se fueron convirtiendo en mariposas.

Todavía,  a veces por las madrugadas, a veces por las tardes,  Lecia viene a verme, me toma de la mano, me canta canciones,me cuenta cuentos, y me lleva a caminar por las orillas del río, por donde vamos platicando de la vida.



                                         Cuauhtemoc Rivera Godínez

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. La historia de este día sábado 9 de mayo del 2015.


Amigas y amigos, después de una breve pausa por temas que luego abruman la alegría de vivir, hoy regresamos con esta historia, escrita por nuestro Che en su Diario en Bolivia. Espero que les guste y conmueva. Un abrazo.



MARTES 9 MAYO


Nos levantamos a las 4 (yo no dormí) y liberamos a los soldados, previa charla. Se les quitaron los zapatos, se les cambió la ropa y a los mentirosos se les envió en calzoncillos. Partieron hacia la finquita llevando al herido. A las 6.30 completamos la retirada rumbo al arroyo de los monos por el camino de la cueva, donde guardamos el botín. 
Sólo nos queda la manteca como alimento, me sentía desfallecer y debí dormir 2 horas para poder seguir a paso lento y vacilante; la marcha en general se hizo así. Comimos sopa de manteca en la primer aguada. La gente está débil y ya habemos varios con edema. Por la noche, el ejército dio el parte de la acción nombrando a sus muertos y heridos, pero no a sus prisioneros y anuncia grandes combates con fuertes pérdidas por nuestra parte.