Amigas y amigos, hoy reiniciamos los cuentos para la ternura despues de unos días de vacaciones. Les presentamos esta versión de LOS DOCE MESES reescrita por el cuentero y escritor español Pep Bruno. Esperamos les guste. Un abrazo y que en el 2016 sea tiempo de ternura infinita, pensamiento crítico, diálogos de corazón y construcción de un mundo en donde quepan todos los mundos, todos los colores y todas las ternuras.
LOS DOCE MESES
Cuento popular de Los
doce meses, versionado/reescrito por Pep Bruno
Había una vez un labrador muy
pobre que una noche de tormenta se perdió en lo más profundo del bosque al que
había ido a por algo de leña. Andando, andando llegó al pie de un monte donde
había una casa que tenía las luces encendidas.
El labrador llamó a la puerta
para pedir cobijo Un hombre abrió la puerta y le invitó a pasar para que se
calentara al amor de la lumbre. Cuando entró, el labrador vio que dentro de la
casa había doce hombres sentados alrededor de una mesa.
El mismo que había
abierto la puerta le indicó un escaño vacío que había junto al fuego. Cuando el
labrador se hubo sentado y estaba empezando a recuperarse del frío uno de los
doce hombres le preguntó:
-¿Qué le parece a usted enero?
-Me gusta enero, como
tiene pocas horas de luz me permite pasar más tiempo junto a los míos. Además
enero sabe a naranjas dulces y tiene el aire más limpio.
Y le preguntó luego
otro: -Y, febrero ¿qué tal?
-Febrerillo el corto le dicen. Es un buen mes
porque es cuando se siembran las patatas y se podan las parras y los olivos. Si
se hacen bien las tareas en este mes habrá comida para todo el año
-Y ¿marzo?
–le dijo otro. -En marzo abre la boca el lagarto, dice el refrán. Hace unos
días aire: pero hace bueno. Pareciera como si el viento limpiara el campo.
-Y
¿abril? –preguntó otro. -Pues bocadillos y a dormir. Cuando era niño en abril
íbamos todos los muchachos al campo a espantar a los pájaros para que no se
comieran las semillas. Me encataba abril.
-Y ¿mayo? –dijo el siguiente.
-En mayo florecen todas las flores, cantan todos los
pájaros, ¡qué alegría! En mayo está gordo el caballo y el campo todo es color.
-Y ¿junio? –preguntó otro. -En junio hace ya calor y es hora de empezar a
recoger el fruto de tanto trabajo: garbanzos, patatas, brevas... hasta las
frescas sandías. Me encanta junio.
-Y ¿julio? –preguntó el siguiente.
-Empieza
la siega, este mes es la alegría de los labradores. Además, si el campo de la
siega está lejos hay noches que las pasamos bajo las estrellas, contando
cuentos y cantando viejas canciones. Es un mes estupendo.
-Y ¿agosto? –dijo
otro. -En agosto sigue haciendo buen tiempo y mejor trabajo. Nos vamos a las
eras a trillar. Muchas veces los hijos vienen para montarse en la trilla y
pasamos momentos muy alegres.
-Y ¿septiembre? –preguntó otro. -En septiembre es
el momento de coger la uva y pisarla para hacer el vino. Este mes uno trabaja
cantando.
-Y ¿octubre? –dijo el siguiente. -En octubre se coge la aceituna.
Siempre he disfrutado de octubre, todavía hace buen tiempo y el trabajo da el
suficiente dinero para ayudar a pasar el invierno.
-Y ¿noviembre? –dijo otro.
-En noviembre suele llover, pero es benigno. Además es cuando se prueba el vino
para ver si ya está listo. Probando vino de bodega en bodega uno siempre
encuentra razones para estar alegre.
-Y ¿en diciembre? –preguntó el último. -En
diciembre hay días de mucho frío, pero eso es bueno, así se puede matar al
cerdo y curar la carne para llenar la despensa y pasar con tranquilidad el
invierno.
Los doce hombres se quedaron en silencio escuchando como la lluvia
golpeteaba contra el tejado de la casa. El labrador seguía sentado junto al
fuego. Cuando la lluvia amainó el hombre se despide, da las
gracias y se dispone a salir.
En ese momento uno de los doce hombres le da un
mantel y le dice: -Ha sido una conversación muy agradable, queremos darle un
pequeño regalo. Acepte este mantel que es mágico. Cuando llegue a su casa
cierre la puerta, póngalo sobre mesa y diga: “¡Mantel, compón el primer
plato!”, después diga: “¡Mantel, compón el segundo plato!” y, finalmente diga:
“¡Mantel, compón el postre!”. Y será bien servido, seguro.
-Muchas gracias
–dice el labrador- son ustedes muy amables. El hombre se despide, sale de la
casa y, andando, andando, llega hasta su cabaña.
Cuando entra llama a su mujer
y sus hijos y les dice que cierren la puerta y que pongan una mesa en medio del
cuarto. Traen la mesa y, poniendo el mantel sobre ella, dice: -¡Mantel, compón
el primer plato! Y la mesa se llenó de lujosos platos de ricos manjares.
Toda
la familia comió hasta saciarse. Después, recogieron lo que había sobrado y
dejaron el mantel limpio; entonces el hombre dijo: -¡Mantel, compón el segundo
plato! Y la mesa se llenó de ropas exquisitas elaboradas con finas telas
traídas de todos los lugares del mundo. La familia, alborozada, cambió
rápidamente sus viejas ropas por los lujosos trajes.
Después, el hombre dijo:
-¡Mantel, compón el postre! Y la mesa se llenó de bolsas repletas de monedas de
oro y plata. En poco tiempo aquella familia se hizo muy rica. Las gentes del
pueblo murmuraban y se preguntaban de dónde habrían ganado todo lo que tenían.
Un vecino de ellos, muy envidioso por la buena fortuna del labrador, le pedía a
todas horas que le explicara qué era lo que había hecho, de dónde había sacado
tanto dinero, cómo había sido...
El labrador no que quería decírselo pero al
final, tanto insistió el vecino, que le habló de la noche de tormenta, de la
casa perdida en el bosque, de los doce hombres sentados junto al fuego, el
mantel mágico... Así pues, una noche de tormenta el vecino
cogió su hacha y se fue a buscar leña a lo más profundo del bosque.
Andando,
andando llegó al pie de un monte donde estaba la casa que tenía las luces
encendidas. El vecino llamó a la puerta para pedir cobijo. Un hombre abrió y le
invitó a pasar para que se calentara al amor de la lumbre.
Cuando entró, el
vecino vio que dentro de la casa estaban los doce hombres sentados alrededor de
la mesa. El mismo que había abierto la puerta le indicó un escaño vacío que
había junto al fuego.
Cuando el vecino se hubo sentado y estaba empezando a
recuperarse del frío uno de los doce hombres le preguntó:
-¿Qué le parece a
usted enero? -¿Enero? Es un mes terrible, hace tanto frío que se te quedan los
dedos congelados cuando estás echando el abono en los olivos.
Y entonces otro
le preguntó. -Y ¿febrero? -Si malo es enero peor es febrero. Con tanto frío
como hace la tierra se pone tan dura que cuando labras el campo parece que
tuvieras que quebrar piedras en vez de tierra.
-Y ¿marzo? -dijo otro -En marzo
no se puede sufrir tanto viento como hace, un viento frío de esos que se te
mete en los huesos.
-Y ¿abril? –preguntó el siguiente. -En abril... en abril no
deja de llover y no hay quien trabaje con tanto lodo y agua como hay en el
campo.
-Y ¿mayo? –dijo otro -Mayo... no niego que en este mes hace algo de
tiempo bueno, pero hay tanto trabajo en el campo que no puedo pararme a
disfrutarlo.
-Y ¿junio? –preguntó otro. -Pues en junio hay días que hace tanto
calor que no se puede estar en ningún sitio. No hay quien trabaje ni a sol ni a
sombra. Mal mes, si señor.
-Y ¿julio? -dijo el siguiente. -¡Vaya, julio! Es el mes de las tormentas, uno pasa el año trabajando para que
luego julio descargue dos o tres tormentas de granizo y se fastidie todo.
-Y
¿agosto? –preguntó otro. -Agosto, frío en el rostro, dice el refrán. Además hay
tanto trabajo en el campo que incluso hay noches en las que no puedo ir a casa
a descansar.
-Y ¿septiembre? –dijo el siguiente. -En septiembre empieza a hacer
frío de verdad, y es muy pesado recoger la uva de las parras con tantas avispas
como quedan rezagadas entre sus hojas.
-¿Y octubre? –preguntó otro -Pues en
octubre vas a coger aceituna. Hay días que hay que poner lumbre entre los
olivos porque no se puede aguantar el frío que hace.
-¿Y noviembre? –dijo el
siguiente -En noviembre está todo el día lloviendo y es una lata tener que
andar arando y sembrando.
-Y ¿diciembre? –pregunta el último -¿Diciembre? –dice
el vecino- en diciembre no deja de nevar y helar. En fin, hace tanto frío que
todo parece gris y feo.
Los doce hombres se quedaron en silencio escuchando
como la lluvia golpeteaba contra el tejado de la casa. El vecino seguía sentado
junto al fuego. Cuando la lluvia amainó el hombre siguió esperando, no tenía
intención de irse sin su mantel.
En ese momento uno de los doce hombres le da
un mantel y le dice: -Ha sido una conversación muy agradable, queremos darle un
pequeño regalo. Acepte este mantel que es mágico. Cuando llegue a su casa
cierre la puerta, póngalo sobre mesa y diga: “¡Mantel, compón el primer
plato!”, después diga: “¡Mantel, compón el segundo plato!” y, finalmente diga:
“¡Mantel, compón el postre!”. Y será servido como se merece.
-Muchas gracias
–contestó el vecino- son ustedes muy amables. El hombre se despide corriendo y
sale de la casa. Corriendo, corriendo, llega hasta su cabaña. Cuando entra
llama a su mujer y sus hijos y les dice que cierren la puerta y que pongan una mesa en medio del cuarto.
Traen la mesa y,
extendiendo el mantel sobre ella, el hombre dice: -¡Mantel, compón el primer
plato! Y la mesa se llenó de platos viejos y descascarillados con restos de
comidas medio estropeadas.
La familia, desconcertada, tiró las sobras y los platos
a la basura; entonces el hombre dijo: -¡Mantel, compón el segundo plato! Y la
mesa se llenó de harapos y ropas raídas que con sólo tocarlas se deshacían.
La
familia volvió a tirar todo a la basura; después, el hombre dijo: -¡Mantel,
compón el postre! Y la mesa se llenó de lodo y piedras.
Entonces el hombre
cogió el mantel, lo anudó por sus cuatro esquinas y, con lodo y piedras dentro,
lo tiró bien lejos en el basurero.
Después volvió a casa y preparó las bestias
para salir a trabajar al campo.
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