La siguiente historia es tomada del discurso de doña Helena hace unos días en la ciudad de Guadalajara, estado de Jalisco, en México. Es una historia que demuestra, entre otras cosas, que no estamos solos en esta lucha por encontrar a nuestros 43 hermanos. Va aquí. Un abrazo con la seguridad de que pronto los encontraremos.
ENCENDER LA VIDA.
Helena Villagra.
Quiero contarles algo muy…
personal.
Después del 13 de abril,
cuando partió, me quedé entre el aturdimiento y el dolor.
Y me encaracolé: no quería,
no pude salir de nuestra casa, hasta casi un mes después; lo hice sólo una vez
para la ceremonia que él había pedido: sus cenizas confundidas con el Río de la
Plata, al que siempre llamaba, río-mar.
En ese abrazo nos acompañaron
los cercanos, los amigos entrañables y flores de nuestro jardín. Y por
supuesto, nuestro Maco, el perrito.
Fue una ceremonia sencilla y
bella.
Después, cuando aún dolía el
aire, leí algo que me movilizó.
Llegaba Ayotzinapa a
Montevideo: se anunciaba una marcha para finales de mayo, al mediodía, hacia la
embajada mexicana.
No lo dudé, me dije: Tengo
que ir, por mí, por mi compañero de la vida.
Claro que hubiéramos ido los
dos después de la angustia con la que vivimos juntos todo lo sucedido aquel 26
de septiembre.
Y allí estuve, con mi
banderita negra, porque en el negro se juntan todos los colores y habla el
silencio.
En esa marcha, al mediodía,
reitero, llegamos a la embajada de México, vallada, rodeada de policías que la
custodiaban.
Me pregunté, ¿de quién se
defienden?
¿De las mamás y papás que
vinieron?
¿De los que queríamos
solidarizarnos con su dolor y con su lucha?
Y en esa frontera del
absurdo… hacia el final del acto, una muchacha, con paliacate y su acento
mexicano, recitó Los nadies.
Por pura casualidad, yo
estaba pegadita a ella, anónima, en el marco de ese silencio.
Y nos recordó a todos el
sentido de esta viñeta:
Los nadies: los hijos de
nadie
Los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los
ninguneados,
…
Que no tienen cara, sino
brazos.
Que no tienen nombre, sino
número.
Que no figuran en la historia
universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos
que la bala que los mata.
Caminamos Eduardo y yo,
juntos, muchas veces en el México-abrazo, el México generoso, el que acogió a
refugiados de tantos mundos, y a tantos amigos que huían de las dictaduras del
Sur.
El México lindo de las
calacas y los boleros, el de la comida rica y picosa, que tanto nos gustaba.
Me acuerdo de las andanzas
nuestras en los campamentos de Oventic, con Carlitos Monsiváis, tan querido.
Cuando el abrazo en La
Realidad hacía evidente un tiempo de la conciencia que trataba de cambiar el
tiempo de las cosas que pasan.
También, en la celebración de
ese encuentro, me alegró que desde el eco de Chiapas lo llamaran ‘el recogedor
de lluvias” y de las palabras de abajo.
Y en otro lugar olvidado del
mundo, donde la libertad es el anhelo de todos los días, para los saharauis,
hijos del desierto, Eduardo era el hermano perseguidor de las nubes.
Y agradecer a otro amigo
entrañable de Eduardo y mío, otro Carlos, Carlos Beristain.
ENTONCES:
Para concluir:
Señor rector, integrantes de
la comunidad de la Universidad de Guadalajara, queridos amigos.
Con el dolor de su ausencia,
que lo trae con amor hasta el presente, con el orgullo de haberlo elegido como
mi compañero de vida, en nuestros andares cuarenta años juntos.
Con Eduardo, siempre
coherente, entre lo que sentía, vivía, pensaba y escribía.
Por su permanente voluntad de
belleza y de justicia,
Y para juntar los fueguitos,
como la historia de Neguá, para que la vida se encienda.
Como sé que Eduardo lo
hubiera querido,
DEDICO en su nombre este
doctorado honoris causa otorgado por la Universidad de Guadalajara a la lucha
de esos Nadies doctorados en Ayotzinapa, los queridos 43, que le han enseñado
al mundo que los músculos de la conciencia son antídotos contra el espanto, y
que en estos tiempos donde no abunda la solidaridad, hay muchos corazones
decentes que laten juntos.
Gracias, Eduardo, el abeio de
nuestros nietos, mi querido Dudú, por todas esas vidas, las de tantos nadies
del mundo que se reconocen en tus letras.
* Texto escrito por la
compañera de vida del periodista Eduardo Galeano (1940-2015), leído por su
autora en el paraninfo Enrique Díaz de León de la Universidad de Guadalajara,
donde recibió, en nombre del autor de Las venas abiertas de América Latina, el
doctorado honoris causa de esa casa de estudios.
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