Amigas y amigos
En esta semana
enviaré cuentos e historias para recibir a nuestros fieles difuntos, a nuestras
muertas y muertos. Espero que les gusten y les conmuevan. Inicio con esta
historia del Viejo Antonio, para recordar que acá
nuestros muertos viven. Viven, sí, pero no porque lo deseemos, que de por sí...
no porque guardemos su memoria, que de por sí. Viven porque nos han dejado un
debe, un pendiente, un algo que debemos hacer. Un abrazo.
Donde viven nuestros muertos
(La
geografía según el Viejo Antonio)
Septiembre.
Llueve. Los caminos reales son ahora pequeños arroyos momentáneos. Los piques
una sucesión de charcos mal contenidos por milpas, acahuales y árboles
deslavados. Como si estuviera aún lejana, una voz se escucha:
Vengo llegando. Como puedo me arrincono
junto al fogón.
Aunque estoy empapado, he logrado poner
a salvo el tabaco y algunas hojas de doblador. Apenas si doy un sorbo al café
que la Juanita
me pasa con su mano llena de calendarios pasados y por venir. Con paciencia y
empeño, como de por sí, me forjo un cigarrillo y lo enciendo con un tizón.
Mi nombre es Antonio, pero creo que eso
ya lo saben.
El Sup me dice “el Viejo Antonio”.
Aunque ya estoy difunto, cada tanto me da por aparecer para contar historias ya
pasadas.
Con el Sup nos conocimos hace ya muchas
lluvias y él seguido viene a hacerme preguntas que yo respondo con otras
preguntas... o con historias.
Casi siempre, después de encenderme el
cigarro, sigue la palabra. El Sup a veces saca su pipa... pero no siempre... y
es que seguido se le moja el tabaco por sudor... o por lluvia... o por
amores... o porque al cruzar el vado del río, la corriente lo tumba y lo hace
dar maromas... y llega a la champa chorreando agua... y entonces, como a mí, la Juanita le arrima un
banquito junto al fogón y le da café... Bueno, pues les decía que, después de
encender el cigarro, debiera seguir la palabra.
No una palabra dura como las que usan
ustedes los ciudadanos, sino sencilla y humilde... como de por sí somos
nosotros.
Pero ahora no sigue la palabra... sólo
me quedo viendo como la serpiente de humo se enrosca y se confunde con el humo
del fogón.
Así tardo, fumando y tomando café. Y es
porque el humo no va a traer una historia pasada, sino una por hacer todavía. Y
las historias por hacer hay que callarlas mucho antes de hablarlas.
Así es de por sí acá abajo. En cambio
allá arriba hay muchabulla... ruido... palabras duras de entender... y vacías.
Les estaba diciendo que yo ya estoy
finado. Me morí por allá del 94. Muchos no se acuerdan o se hacen patos, pero
ese año nos alzamos contra los malos gobiernos. Y aquí sigo... aquí seguimos.
“Finado” quiere decir muerto. Aunque acá
nuestros muertos viven. Viven, sí, pero no porque lo deseemos, que de por sí...
no porque guardemos su memoria, que de por sí. Viven porque nos han dejado un
debe, un pendiente, un algo que debemos hacer.
Por eso cada tanto hay que ir donde
viven nuestros muertos para seguir agarrando el compromiso de cumplir ese debe.
Y sólo ahí
es donde se sabe el lugar y la hora, el
cuándo y el dónde, o, como dicen ustedes
los ciudadanos, el calendario y la geografía.
No es en las fechas ni en los lugares de
arriba.
Es acá abajo donde está nuestra
geografía.
Es donde viven nuestros muertos.
Antonio, el Viejo Antonio.
Septiembre del 2010
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