Día que vienen a nuestras casas nuestras difuntitas y difuntitos niñas y niños.
Amigas y amigos.
Les envío este cuento de nuestro Juan de la Cabada. Es muy conmovedor para este día. Espero que les guste. Un abrazo.
LLOVIZNA
JUAN DE LA CABADA
Desde
hace algún tiempo, desde que me enriquecí con la dichosa guerra mundial
y me casé y vinieron los hijos, no puedo ya contar un cuento. Antes
solía contarlos bien. ¡ Ay, entonces era libre!. Ahora, en cambio: ¡los
hijos ! ¡ Miedo me da que cunda el mal ejemplo ! ¿Porqué no acierto a
decidirme? Quizá porque los negocios me acostumbraron a los testimonios
del señor cura, del notario, de un juez o de cualquier otra
persona. "Ahí está don fulano que lo diga ".
Empero, solo, sin testigos, venía yo una de estas noches de niebla y menuda llovizna, corriendo sobre la oscura carretera.
Sí:
al timón de mi automóvil, fijos los ojos en los haces de luz que
derramaban los fanales del vehículo, traía yo prisa y una rabia
contenida, cierto temor inexplicable y muy malos pensamientos, al ver
que las luces opacas de unas linternas, como de gentes que con sus manos
las moviesen a todo lo ancho del camino, me obstruían el paso.
Ni
pitos ni sirenas, ni voces que detonaran el hecho de que acabase de
ocurrir un accidente desgraciado. " No será que tratan de asaltarme? ¿Y
quién dice que sean solamente ésos? Habrán detener cómplices, ocultos a
lado y lado. Entonces, entonces....si no paro y los atropello, me
disparan los otros por la espalda. Pero, ¡qué demontre!, si aquí traigo
cargado mi revolver. ¿A qué pues, miedo y tales aflicciones ? Alguna vez
tengo que usarlo "-- pensé; apronté el arma, y paré el auto.
-¡ Qué hay!-dije brusco y en voz alta.
Los de las linternas se acercaron.
Me
parecieron cuatro infelices indios, de esos que uno enseguida reconoce
como el prototipo de nuestros albañiles, mitad obreros industriales y
mitad hombres de campo. A la luz de mis reflectores vi los ocho
guaraches de sus pies, mientras se aproximaban. El resto de sus
indumentarias eran overoles azules, sombreros de petate y un paliacate
colorado al cuello.
--¿Qué hubo?- volví a gritarles.
Entretanto
llegaban, con sus linternas en alto, me aguardé la pistola debajo de
pretina del pantalón, y para ganar facilidad de movimiento a la hora
aviada, desabroché los tres botones inferiores de mi chaleco, prevenido,
por si acaso.
--¿ Qué hubo ?- volví agritarles cuando los tuve cerca y pude verles las caras.
Uno
de ellos, el de mayor edad, y avejancón, usaba grandes bigotes caídos;
dos aparentaban unos treinta años, y el último, el más joven, menos de
veinte.
-Patrón--dijo el viejo, tenemos deprecisión que dir a México, porque debemos dentrar tempranito, mañana lunes, al trabajo.
¿Acaso
me olvidé?. ¿No dije alcomienzo que aquella noche de marzo, cuando
regresaba de reponer las fuerzas con mi paseo de fin de semana, era la
de un domingo? Creo que sí, ¿o no?
A las palabras del
viejo, ardido yo por el miedo que me habían hecho pasar y animado de un
puntilloso, muy lógico,deseo de venganza, modulé ciertos ruiditos de
chistante desdén al par que meneaba en igual manera de significación
negativa la cabeza.
--Se nos hizo
tarde,jefe--agregó uno de los indios. Era bueno tomarse tiempo de
pensar, a la vez que atormentarlos un poco, y así, yo ni aceptaba ni
decidía negarme de palabra.
--Por favor, patrón, como ya no pasan camiones...y como usted lleva nuestro mismo rumbo.
Intervino el más joven:
--Solo semos albañiles...-y sonrió,inocente, o malicioso en alusión velada.
Observé
su vista socarrona en surostro demasiado perspicaz, y tan claro fue
para mí lo que insinuaba, que negarme sería como demostrar señales de
aquel miedo y rebajarme. ¡Y esto no !
--¡Acomódense ustedes tres en el asiento de atrás !-dispuse-.
Tú, viejo, ven adelante conmigo.
Al punto apagaron las linternas, y a la carrera cumplieron mis órdenes.
No cesaba la llovizna.
Libré del freno mi automóvil,aceleré y seguí la marcha. Los de atrás, sólo dijeron unas cuatro frases que recuerdo bien:
--¿ Cómo estará Usebita?
--Pos ya ves.
--Tan bonita.
--Tan luciditos sus siete años.
Y
en adelante se pertrecharon en un mutismo empecinado. Nada de una risa,
ni la menor muestra de expansión, de franqueza propia de habitantes de
otras tierras, sino el mutismo ese que impone zozobras, desconfianzas,
sospechas o doblega, deprime, aplasta el ánimo. Ademásla oscuridad al
filo de continuos precipicios...las circunstancias...esa tenaz llovizna
fúnebre y hasta las linternas, cuya visión, con sus opacas luces
agitándose en la bruma, estaba todavía en mi retina...
De
lejos, ya el aliento del viejo despedía tufos de un alcohol tan malo
que sentí, ahora de cerca, al volver la cara y hablarme, un asco
insoportable. "Indio borracho".
--Esta agüita no entrará ni siquiera cuatro dedos dentro de la tierra, ¿verdad, patrón?
-¡Ujú!.-respondí, conteniendo el resuello.
Tras breve silencio, insistió:
-- Ni dos dedos, ni dos dedos, ¿no cree, patrón?
"Indio borracho "- pensé de nuevo y no le contesté.
¿No cree,patrón?
-Sí, claro--dije. Había que armarse de paciencia.
Otro intervalo, y lo mismo:
-Ni tantito así, ¿eh patroncito?
Y luego, a cada rato:
-Pos ni tantito, ni tantito puede ser...¿verdad, siñor?
Corría
el cochea toda su marcha y volví a sentir miedo. ¡Esas cosas del
instinto! Ya se sabe lo que son los indios con su lenguaje de
retruécanos , y con la misma cantaleta ¿qué querría decir éste, o dar a
entender a los otros, que continuaban clavados, fijos en su mutismo
empecinado?.
¡ Si fuesen, deveras, inofensivas piedras...pero son seres humanos !
Por cierto que aún lloviznaba y la carretera estaba desierta, dentro de un negror frío de neblina espesa.
Mis temores venían a ráfagas; mas lograba disiparlos el pensamiento en la seguridad de mi revólver.
-Ni dos dedos,¿eh jefe?
-¡Ajá!
-Ni uno...
-¡Ujú!
Y persistía:
-Ni siquiera uno. Ni siquiera un dedo, ni tanto así....
-Claro.
-Porque esta agüita sólo la manda Dios para refrescar las siembritas...
-Naturalmente.
-Para refrescar las siembritas y no para
que entre mucho en la tierra...¿verdad?
-Verdad.
¿Verdad? ¿Verdad que sí, patrón?.
De pronto el motor del automóvil empezó a mostrar síntomas de haberse calentado con exceso.
En cuanto llegamos al primer pueblo, paré y dije a los hombres lo que pasaba.
El viejo se ofreció a ir a una tienda próxima para traer una cubeta deagua.
Y
entonces,mientras una luz fuerte destacaba su lejana figura frente al
marco de latienda, el más joven de los tres que se quedaron, acercó su
rostro a misespaldas y dijo desde atrás:
-¡Patrón!
Volví la cabeza.
-Es mi padre, patrón.
Se detuvo como hace todo indio para tomar resuello, y otro dijo:
-El padre está bebido.
El más joven continuó:
-Perdone,
pos dice todo porque venimos de nuestro pueblo a donde juimos a
enterrar a mi hermanita...La mera verdá, patrón, que semos albañiles.
Yo no pedía ninguna explicación; pero el tercero añadió aún:
-No quiere que l´almita se moje allí abajo, dentro, el cuerpecito.
Continuaron la oscuridad, el misterio y la llovizna, la llovizna, el misterio y la oscuridaden el camino...
¿Dije que teníayo dos hijos: una niña y un niño? Pues la niña enfermó.
Y ahora, duro como soy de corazón, así que ha muerto ella, me pongo blando a veces en el auto. Llueve y recuerdo tal soplo:
--¿Cómo estará Usebita?
--Pos ya ves.
--Tan bonita.
--Tan luciditos sus siete años.
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