Amigas y amigos, hoy es el cumpleaños de mi hijo Cuate, a mis dos hijas y a mi nos llena de profunda alegría contar en nuestra familia con un joven músico como él. Por esto, le dedico este cuento de Eduardo Galeano en sus primeros 25 años. Va para ti Cuate, gracias por estar con tus hermanas y conmigo este día.
Los hijos.
Eduardo Galeano
Hace once años, en
Montevideo, yo estaba esperando a Florencia en la puerta de la casa. Ella era
muy chica; caminaba como un osito. Yo la veía poco. Me quedaba en el diario
hasta cualquier hora y por las mañanas trabajaba en la Universidad. Poco sabía
de ella. La besaba dormida, a veces le llevaba chocolatines o juguetes.
La madre no estaba aquella
tarde, y yo esperaba en la puerta de la casa el ómnibus que traía a Florencia
de la jardinería.
Llegó muy triste. No hablaba.
En el ascensor hacía pucheros. Después dejó que la leche se enfriara en el
tazón. Miraba el piso.
La senté en mis rodillas y le
pedí que me contara. Ella negó con la cabeza. La acaricié, la besé en la
frente. Se le escapó alguna lágrima. Con el pañuelo le sequé la cara y la soné.
Entonces volví a pedirle:
- Andá, decime.
Me contó que su mejor amiga
le había dicho que no la quería.
Lloramos juntos, no sé cuánto
tiempo, abrazados los dos, ahí en la silla.
Yo sentía las lastimaduras
que Florencia iba a sufrir a lo largo de los años y hubiera querido que Dios
existiera y no fuera sordo, para poder rogarle que me diera todo el dolor que
le tenía reservado.
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