Llevo años impartiendo el
taller de cuentacuentos en esa cárcel de mujeres. Ayer viernes, al terminar la sesión,
una de las participantes se acercó discretamente a mi, en su voz clara me miró a los ojos y me dijo “Profesor, escribí esto para usted“ y me tendió su mano con una pequeña
hoja de papel con letras escritas con tinta azul.
Muchas gracias , contesté con
una sonrisa, lo leeré en mi casa. Y ella sonrió también.
Ahora, aquí sentado, leo el
siguiente texto
“Gracias por ser parte de mi
vida.
Esta vida nueva en la que me
encuentro ahora
que realmente no ha sido del
todo mala
ya que gracias a ti he visto
este panorama
desde otra perspectiva que me
ha servido de mucho.
Quiero que sepas que en cada
situación por la cual paso pienso en ti y el impetu que posees.
Gracias.
Sofía“
Recuerdo que ella llegó al
Taller en la sesión de mayo. Llegó en silencio, con su mirada de desconfianza, mirada de ternura, mirada de
profunda tristeza. Callada la mayoría
del tiempo, llora mucho en los temas de reflexión, llora mucho en las técnicas
de trabajo.
Ella llora, llora y llora.
Detrás de esa expresión de mujer dura, hay una niña herida, he pensado, y estoy
seguro que igualmente, hay una mujer artista que llora, a veces por dolor, a
veces por alegría.
Sus letras me hacen sentir
que nuestro trabajo está siendo correcto, acompañarnos con las alumnas, con los
cuentos y la narración oral, en este difícil momento de sus vidas, de nuestras
vidas, de mi vida, de la vida de nuestro país.
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