viernes, 23 de agosto de 2013

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. La historia de este día sábado 24 de agosto del 2013.

Amigas y amigos. En esta madrugada de sábado, acabo de encontrar el envío de Tatiana Clouthier y me gustó para ponerlo en estas historias y cuentos. Buena lección de vida. Espero que les guste y gracias a Tatiana por su envío.

                                                                       
Una chica muy arrogante esperaba su vuelo en la sala de un gran aeropuerto.
Como debía esperar un largo rato, decidió comprar un libro y también galletas.
Se sentó, para poder descansar y leer en paz.

En el asiento de a lado se sentó un
a señora ya de edad poco avanzada, que abrió una revista y empezó a leer.
Entre ellas quedaron las galletas. Cuando la chica cogió la primera galleta, la señora también tomó una.

La chica se sintió indignada, pero no dijo nada. Solo pensó: "¡Qué descarada esta vieja; si yo fuera más valiente, le diría un par de cosas y le hablara pésimo y le insultaría".

Cada vez que ella cogía una galleta, la señora también tomaba una.
Aquello le indignaba tanto a la chica, que no conseguía concentrarse ni reaccionar.

Cuando quedaba una sola galleta,
pensó: "¿qué hará ahora esta vieja aprovechada?".

Entonces, la señora partió la última galleta y con una media sonrisa en su rostro, sin decirle nada a la chica, dejó media galleta para ella.

¡Ah no! ¡Aquello le pareció demasiado! La chica se enfureció, se molestó, quedó muy indignada con tal situación.
Tomó la media galleta, no aguantó más y se la tiro a los pies de aquella señora y le dijo: vieja descarada, se ve que tiene hambre, eso es lo que usted es…una descarada.
Y la señora sólo agachó la cabeza y no respondió nada.

Se levantaron las dos y cada quien se dirigió a su propio sector de embarque, ya que tenían distintos vuelos y se dirigían, obviamente, a diferentes destinos.

Mientras caminaba a su sector de embarque, muy indignada, la chica resoplaba la enorme rabia que llevaba. Cerró su libro, tomó sus cosas y se dirigió a abordar.

Cuando se sentó en el interior del avión, miró dentro del bolso y para su sorpresa, allí estaba su paquete de galletas... intacto y cerrado.

¡Sintió tanta vergüenza! Que se le caía la cara y le dio tanto sentimiento con aquella señora que hasta lloró.
Sólo entonces se dio cuenta de lo equivocada que estaba.
¡Había olvidado que sus galletas estaban guardadas dentro de su bolso!
La señora había compartido todas sus galletitas con ella, y sin sentirse indignada, nerviosa, consternada o alterada.

Y ya no estaba a tiempo ni tenía posibilidades para dar explicaciones o pedir disculpas.

Pero sí para razonar: ¿cuántas veces en nuestra vida sacamos conclusiones cuando debiéramos observar mejor?
¿Cuántas cosas no son exactamente como pensamos acerca de las personas?.

Y recordó que existen cuatro cosas en la vida que no se recuperan:
Una piedra, después de haber sido lanzada;
Una palabra, después de haberla dicho;
Una oportunidad, después de haberla perdido;
El tiempo, después de haber pasado.


NO ACTUEMOS APRESURADAMENTE.
MUCHAS VECES EN ESOS IMPULSOS, HASTA OFENDEMOS Y NO NOS DAMOS CUENTA QUE LAS COSAS NO SON COMO PENSAMOS.

MEDITEMOS ANTES DE ACTUAR Y OFENDER.

ANTES DE FORMARTE UN JUICIO DE AQUELLO, ASEGÚRATE BIEN, NO VAYA HACER QUE DAÑES A ALGUIEN INMERECIDAMENTE Y QUE QUEDES EN RIDÍCULO.
Y PRONTO TE ARREPIENTAS Y YA SEA DEMASIADO TARDE.


Tomado del libro Recuentos para Démian, de Jorge Bucay

lunes, 19 de agosto de 2013

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. El cuento de esta día lunes 19 de agosto del 2013.




AMIGAS Y AMIGOS.

Este 19 de agosto, José Agustín, gran escritor mexicano, cumple 69 años de edad. Para mi, es uno de los mejores en México, por esto me llena de alegría leerlo, compartir sus historias y cuentos y que él llegue a esta edad. Les envío este cuento de su autoría, espero que les guste.


La gran piedra del jardín*


José Agustín

L a gran sorpresa en casa de Pascual fue que su familia salió de vacaciones y él encontró las llaves del bar. Ya estaban ahí Ricardo, fumando como loco, Hugo y Óscar: dos amigos de Pas-cual y conocidos míos. Tras los saludos de rigor, Pascual esperó un instante de silencio para proceder solemnemente con el saqueo. Todos estábamos entusiasmadísimos, porque aparte de las botellas había varios cartones de Phillip Morris. Pero Pascual dijo que no tocáramos los cigarros porque, de saberlo, su padre se pondría furioso. Eso nos descorazonó un poco, pero volvimos a entusiasmarnos cuando Pascual sacó una botella de brandy no malo porque dice solera. Luego meditó que su padre se daría cuenta por lo mismo y buscó otra botella.

        

Un proceso similar aconteció con cuanto frasco to- maba y apuesto que estuvo a punto de sugerir que mejor compráramos algo si no hubiésemos protestado. Entonces, no de buena gana, sacó una de ron. Todos nos servimos tragos para adulto, pero Pascual hacía trampa: se servía poco ron, mucho refresco y aun le echaba agua. Sin embargo, fue el primero en marearse. Le siguió Ricardo, que había estado secreteán- dose con Hugo y Óscar. El canalla se levantó para decir:

—He decidido pelarme de casa, me iré tan pronto como sea posible. Él —me señaló, el canalla— está de acuerdo conmigo y piensa acompañarme.

Quise aclarar que era una mentira king size, pero Pascual gritó:

—Perfecto perfecto perfecto, nosotros seremos tumbas y no diremos nada cuando empiecen a buscarlos, ¡salud!

Todos bebimos. Ricardo dio un saltísimo para proclamar con entusiasmo:

—Nada de eso, el chiste es que seamos varios, ¿por qué no vienen ustedes también?
Súbito silencio.

—Pues... —musitó Pascual.

Hugo fingió quedarse pensativo mientras Óscar balbucía:

—Yo, no sé, habría que pensarlo.

Interrumpí, juzgando que era el momento adecuado.

—Oye, Ricardo, en la mañana nunca dije que te acompañaría... —me miró ofendido.

—Pero tú...

—Dije que no —insistí—, es más, no creo que hagas nada.

—¿Me estás tomando por un rajón?

No quise contestar porque lo conozco y sé que le encanta hacer tango por cualquier asunto. Pascual, con lucidez insospechada, logró parar todo al decirnos que aún tenía otra sorpresa. Uy, qué emoción. Ricardo olvidó toda ofensa, y como chamaquito, empezó a preguntar cuál sorpresa. Hugo y Óscar gimoteaban también y nuestro anfitrión, feliz.

—Antes que nada, otro chupe —dijo y sirvió de nuevo. Con toda mi mala leche intervine:

—Dame tu vaso, Pascual, estás haciéndote pato.

Quedó sorprendido y aproveché ese instante para arrebatar el vaso: casi lo llené de ron y sólo puse un chorrito de refresco. Pascual quiso protestar.

—Oye, nadie está bebiendo así.

Me tragué un pero tú sí al decirle que eso no era cierto y lo invité a probar nuestros vasos, rematándolo con un pato pascual. Titubeó un momento, y como seguramente recordó que sus padres no regresarían en una semana, aceptó la perspectiva de quedar privado.

—La sorpresa —gimió Hugo.

—Primero hay que chuparle —insistí, comprendiendo que también yo comenzaba a marearme.

Automáticamente, todos bebimos, como si fuera algo sagrado. Hugo y Ricardo, impacientes, exigieron la sorpresa, amenazando con abrir el brandy solera. Pascual se levantó sonriendo, para perderse por el pasillo. Aunque parezca mentira, nos sentimos desamparados (un poco) durante su ausencia, y quizá por eso, cuando regresó apuramos nuestros tragos a guisa de bienvenida.

Pascual venía muy misterioso, con varias revistas a todas luces gringas dado lo brillante del papel. Se colocó en el centro del sofá, y al momento, Hugo y Óscar fueron a su lado. Me coloqué atrás, junto a Ricardo. Pascual ya estaba diciendo, pero sin dejarnos ver las revistas.

—Las encontré el otro día, mi papá me encerró en la biblioteca, castigado, como no tenía nada que hacer, revolví todo y así salieron estas preciosidades. Vean nomás.

Abrió una revista al azar. Fiu, silbaron todos al ver a una muchacha desnuda cubriendo su sexo con las manos. Como los apretaba con los brazos, sus senos se veían enormes. Pascual empezó a volver las hojas con excesiva lentitud, regodeándose con los desnudos. Hugo, Ricardo y Óscar estaban en perfecto silencio, sin despegar los ojos.

—¡Qué emoción; grazna, Pascual! —comenté con la voz demasiado chillona, lo cual me delató: pretendía darme aires de entendido. Afortunadamente, ninguno se dio cuenta. Cómo iban a darse cuenta. Continuaban silenciosos bebiendo sorbitos y fumando como apaches. Ante la perspectiva de formar parte del coro de exclamaciones, me estiré para tomar una revista e iniciar la ronda a mi manera. Muy interesante tórax.
        
        

Perfecta conformación craneana. Etcétera. Me miraron sorprendidos, mientras yo torcía mis imaginarios mostachos.

—Déjenlo, está loquito —al fin graznó Pas-cual. Y entonces ellos iniciaron los mira, uh, zas, qué bruto, bolas, rájale, guau, mamasota.

Al poco rato, Ricardo, mareado del todo, acabó durmiendo casi sobre Pascual, que seguía atentísimo viendo los cuerazos. Hugo y Óscar, tras tomar sendas revistas, fueron a los sillones para gozarlas. Pascual bebía cada vez más rápido, estaba muy colorado; después se levantó, siempre con su revista, y se fue por el pasillo. Supuse que iba a vomitar. Ricardo dormía en el sofá, con sonoridades aparatosas. Hugo se había quedado quieto, viendo el vacío, un poco triste. Óscar dejó su revista, y entre eructos, inconscientemente se exprimía los barros. Siempre me ha causado repulsión ver a alguien en esos menesteres y sobre todo a Óscar: es un barro andante.

Perfectamente aburrido, y aún no ebrio, me encaminé hacia el baño, para burlarme de Pascual, a quien esperaba encontrar en pésimas condiciones.

No me molesté en tocar la puerta, para sorprenderlo. Fue un error: Pascual se hallaba sentado sobre la taza, haciéndose una, mientras echaba ardientes miradas a la revista que puso en el suelo. Se quedó de una pieza al verme y sólo alcanzó a musitar:

—Quihubo.

—Quihubo —respondí antes de cerrar la puerta. Yo también, y no entiendo por qué, me quedé de una pieza. Mi reacción natural debió haber sido la risa, mas nada de eso.
        
         El corazón comenzó a bailotear en mis adentros, como si presintiera algo. Sin saber la razón corrí a la cocina y pude ver, con real pavor, que la estúpida familia de Pascual había (seguramente) cambiado sus planes y ya estaba ahí: su padre aprestándose a bajar del coche y los hermanitos haciendo un escándalo de los mil demonios. Busqué la manera de esfumarme de la casa sin que nadie me viese, pero no había puerta atrás ni cosa por el estilo. Entonces, temblando como idiota, abrí la ventana y salté al jardín, donde quedé agazapado, esperando que entraran los pascualos. Eché pestes un buen rato porque los canallas no tenían para cuándo, pero al fin lo hicieron. Más rápido que de prisa salté la barda y no paré de correr hasta diez cuadras adelante. Me senté en la banqueta, resoplando, pero muerto de la risa al imaginar el escándalo que se habría armado en casa de Pascual. El problema fue que con la carrera acabé mareadísimo; si llegaba en esas condiciones a la casa, Humberto me despellejaría.

Despertar esta mañana fue una pesadilla: nunca me había sentido tan mal. Ayer en la noche corrí con verdadera suerte: Humberto y Violeta habían salido y mi hermano no se dio cuenta de nada, por estar viendo la tele. Cené como cosaco, porque oí decir que con la barriga llena la cruda es menos. Además, bebí dos alka seltzers, pero con todo y eso hoy tenía ganas de quedarme botado todo el día. Hum- berto me despertó, y tras desayunar, pidió que lo acompañara.

Tuve que hacer reales prodigios de actuación para que no se diera cuenta de nada. Antes de salir, dije que si telefoneaba Ricardo o cualquiera de ellos, dejaran recado. Me muero de curiosidad por conocer el desenlace del lío de ayer.

Humberto manejó muy silencioso hasta llegar al consultorio. Lo esperé con el coche y al poco rato regresó, dije:

—Pensé que tardarías más.

—No, sólo di unas instrucciones. Hoy no trabajo.

—Suave. Entonces, ¿a dónde vamos?

—A comprar cosas.

Asentí en silencio cuando él enfilaba por todo Insurgentes (hacia el norte). Ya está, pensé, vamos al centro.
¿Vamos al centro? —pregunté (estúpidamente).

—Sí.

—¿Qué vas a comprar?

—Ropa para tu hermano.

—Y para mí, ¿no?

—No necesitas nada, o ¿sí?

—Pues ni sé.

—Fíjate.

—¿Cómo te ha ido con los loquitos, Hum-berto?

—Son enfermos, hijo.

—Perdón.

—Pues no ha habido nada anormal. ¿Por qué?, ¿te interesa mi carrera?

—Sí, ¿por qué no?

—¿Ya te decidiste?

—¿Eh?

—Que si ya decidiste qué quieres estudiar.

—¿No te enojas?

—No, ¿por qué?

—No me gusta pensar en eso.

—Sí, claro, pero todavía falta la prepa. Dicen que ahí orientan.

—Sí, claro.

—Ya estoy inscrito y todo, pasado mañana me dan la credencial, es cosa de tiempo.

—Bueno, sí, pero no me gusta que seas tan, indiferente, digamos, a este asunto; después de todo, de ahí depende tu futuro.

—Me gustaría ser siquiatra, papá.


Humberto sonrió, quizá porque comprendía que eso era falso, por dos razones: a, él es siquiatra; y b, nunca le digo papá. Claro que no se enoja, al contrario, fue él quien nos acostumbró a que le dijé- ramos Humberto y sanseacabó. Mi madre, al parecer, está muy de acuerdo con que le digamos Violeta.

Fuimos al Puerto de Liverpool. Lo odio. Compramos camisas y pantalones para mi hermano y luego regresamos al coche. Humberto me compró un helado y preguntó si quería que fuésemos a mi ex escuela, para saludar a los maestros. Dije que Dios librárame. Sonrió. Es muy bueno, Humberto, no sé cómo se las arregla con sus pacientes (algunos son bien ca- na-litas; bueno, eso cuenta el doctor Quinto, compañero de mi padre).

Pareció adivinar lo que pensaba.

—Tu mamá encontró una cajetilla de cigarrillos en uno de tus sacos.

Preferí no contestar haciéndome tonto, pero Humberto reforzó el ataque.

—Además, cada vez que se entra en tu cuar-to, apesta a cigarro. ¿Te gusta mucho fumar?

—No es eso es que...

Silencio de nuevo: soy un tarado.

—¿Qué? —insistió.

—No sé.

—¿Cómo que no sabes?

Para entonces, Humberto me estaba cayendo de la patada: no por regañarme, sino por hacerme titubear. Siempre es lo mismo. Estuve a punto de gruñir que adoro el cigarruco, que fu-mo catorce cajetillas diarias cuando no le entro a la mariguana como desorbitado, pero conside- ré que era violentar demasiado el asunto. Guardé mi ridículo silencio, y después, Humberto empezó a reír suavemente.

—Mucho temperamento para tan poco asunto, hijo.

—¿Cómo?

—Que no te apechugues por eso, yo también fumaba a tu edad, no estaba regañándote. ¿Qué marca fumas?

Sin darme cuenta, yo estaba sonriendo también. No sé, se me fueron los pies, lo imaginé mi cómplice, creí que nos detendríamos en una tabaquería para comprar un cartón de cigarros. Para mí. Cínicamente, musité ráleigh. Humberto frunció el entrecejo al comentar:

—Son caros, ¿eh? —y después, brutalmente—, lástima que así sea; estoy dispuesto a darte un castigo preciosito si llego a enterarme de que fumas sin ganar dinero para cigarros.

Me transó, pensé, tendré que conseguir chamba; linda forma tiene Humberto para pescarme. A pesar de mi disgusto, sentí algo simpático por Humberto. En forma parecida me ha hecho confesar cosas que de otra manera no saldrían de mi bocota. De regreso, este asunto, y el hecho de no tener más cigarros, me exasperó bastante. Durante un rato estuve merodeando por la casa, buscando algún cigarro. La maldita discusión con Humberto me despertó vivos deseos de fumar. Por fin logré robar dos cigarros de una cajetilla olvidada por Violeta en la cocina.

Entonces vine a mi parte predilecta del jardín.

La gran piedra se siente fresca. Humberto, aunque siquiatra, está loquísimo. Mandó traer esta enorme roca desde Nosedónde hasta el jardín, que si bien se observa, no es grande. Me cayó de perlas: puedo venir a fumar y todavía nadie me ha descubierto. Por eso, hace un momento encendí un cigarro dejándome posesionar por esta sensación tan chistosa. Siento algo en el estómago y me empiezo a poner tristón. No lo puedo explicar. Quedo sentado en el pasto, recargándome en la piedra, tomo manojos de hierba y los huelo. A veces deseo sollozar como idiota. Veo el muro que da a la calle y llevo el cigarro hasta mis labios. Sonrío al advertir que estoy fumando como Ricardo. No he telefoneado. A la mejor los padres de Pascual llevaron el chisme a su casa y ahora sí debe tener un buen motivo para fugarse. Estaba borrachísimo. Pero estoy seguro de que vendrá a verme, puede ser que hasta haya logrado convencer a los demás. Pero si algún día debo irme no será con ellos, aunque Ricardo me siguiera como sombra durante siglos, tratando de convencerme.

No lo logrará, estoy seguro. Cuando le diga algo que le sea imposible contestar, sólo dirá ah y estará desarmado. Prácticamente, está desarmado. Digo, yo también. Ni siquiera sé qué deseo estudiar. Humberto anda muy misterioso con todo ese asunto. Algo trama, seguramente. Por supuesto, desearía que yo estudiara medicina, o sicología de perdida. Quizá yo mismo lo deseo. Quizás Humberto me está sicoanalizando, pero conmigo será difícil. Claro que soy un poco anormal, o un mucho, a la mejor; pero no me interesa gran cosa. Supongo que a Humberto sí debe importarle: digo, es su profesión y soy su hijo. Al menos, se divierte observándome (¿estudiándome?). Pero se niega a hacerlo a fondo. Le pedí que me hipnotizara y no quiso, sólo contó sus experiencias en el extranjero, en todos esos lugares tan suaves donde estudió antes de venir a montar su loquera aquí. Algún día también recorreré esos lugares y estudiaré algo interesante, pase lo que pase. Entonces sí saldré, pero nunca con Ricardo o con Pascual, con ellos no llegaría más lejos de Toluca. Estoy loco. Ya encendí otro cigarro y con el día tan claro pueden ver el humo que sale tras la piedra; entonces, vendrá Humberto furioso, porque hace apenas una hora que me dijo todo. Al diablo, sé que el asunto no pasaría de, no pasaría de que Humberto, estoy tarado, debe ser por la cruda, nunca me ha visto fumar y no tiene por qué hacerlo ahora. Ya está; otra vez. Es una especie de airecito en el estómago; ahora, escalofríos. Cierro los ojos y empiezo a sentirlos húmedos y sacudo la cabeza y aprieto el puño y muerdo mis labios y me dan ganas de gritar o de quedarme aquí tirado toda la vida.



* Agustn, Jos, La gran piedra del jardn, en Atrapados en la Escuela, Mxico, Selector, 1994.

miércoles, 14 de agosto de 2013

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. La historia de este día martes 13 de agosto del 2013.




Amigas y amigos

Este 13 de agosto,  se cumple el 492 aniversario de la caída de la ciudad de Tenochtitlan en manos de los invasores españoles. Como se puede apreciar, ningún gobierno rememoró este evento, cosas de las historias nacionales y de los gobernantes. Pero aquí siempre tenemos un espacio para recordar las historias de las personas y de los pueblos, acá tratamos de contar otro tipo de historias y cuentos. Les envío en esta ocasión la última parte de esta historia de nuestro ciudad de México- Tenochtitlan antes de la llegada del imperio español. Espero que les guste, un abrazo.


¡Axcanquema, tehuatl, nehuatl! 

El 13 de agosto los bergantines de Sandoval  tomaron la totalidad del lago.Cortés mando  derribar a cañonazos las últimas casas que quedaban en pie. A medio día, vencida prácticamente nuestra  resistencia, se  emprendió el asalto final.

El suelo estaba totalmente tapizado de cadáveres. Los guerreros aztecas, con nuestros trajes de águila o de tigre  aguardábamos recargados en la pared para levantar una macana o arrojar una piedra. Los indígenas del bando cristiano saciaban su odio llevando a cabo una matanza espantosa. El hedor delos cadáveres  resultaba insoportable.

Cuauhtémoc celebró una última conferencia con sus principales allegados. Algunos dicen que después de escuchar las distintas opiniones resolvió salir hacia  las tierras del norte para encontrar gentes fieles a su causa que le ayudarían a reiniciar la lucha y que cuando viajaba e nuna canoa, fue detenido por los españoles y llevado ante Cortés, y que ahí  Cuauhtémoc entregó al español un puñal y le pidió que le matara.

Pero otros dicen que en la noche del 12 de agosto de 1521 se reunió el supremo Consejo del Anáhuac. Cuauhtémoc,el joven nombrado señor de la federación el 25 de enero de 1521, presentó su informe militar: "El enemigo estratégicamente es el vencedor, todos los señores del valle y de la capital están en su poder. También la Plaza Mayor y el granTeocalli. Los mercenarios llegan desde Nonoualco, en la ribera de Tlatelolco". El Supremo Consejo de Anáhuac tomó el siguiente acuerdo:

* Esperar con fe el amanecer del quinto sol.
* Ocultar los teocaltin.
* Desmantelar las escuelas.
* Ocultar todo lo que nuestro corazón ama, que es gran tesoro.
* Dejar solitarios los caminos.
* Refugiarse en los hogares.
* Fortalecer el circulo familiar.
* Conservar las tradiciones y el idioma náhuatl.
* Enseñar a los niños y jóvenes cómo fue y será buena nuestra   amada tierra madre.
* Y cómo se realizarán los destinos de la raza.

El supremo Consejo del Anáhuac decidió proponer un duelo al jefe invasor, a fin de dejar salir a la población civil. Así pues, al salir el sol el día 13 de agosto de 1521 el señorCuauhtémoc inició la marcha con sus capitanes y los remeros.

El pueblo observó  su final desde las plazas y las azoteas. Los señores mexicas navegaron por los canales rumbo a los barrios de Amaxac yCoyonocazco, en la plaza norte. Iban al tecpan del señor Aztacoatzin, ocupado por los invasores como cabeza de playa, entre las calzadas de Azcapotzalco y Tepeyac. Era el lugar de la entrevista.

Salieron de un canal cercano albarrio de Aztoalco y allí se encontraron con el mercenario Holguín, según lo acordaron. Su navío escoltó a los señores mexicas. El cabecilla de losmercenarios recibió al señor Cuauhtémoc con aires de monarca.

Hablando en náhuatl, Cuauhtémoc planteó la propuesta mexica: "Qué se deje salir a la población civil, los combatientes se quedarán. Han hecho lo posible por defender la ciudad. Reconocemos la derrota. Ahora es un juicio de combate, jefe contra jefe, el que debe decidir la entrega de la ciudad".

Con el grito de guerra en lenguanáhuatl, le dijo: “¡Axcan quema, tehuatl, nehuatl!  ¡Ahora sí, tú o yo!''

Cuauhtémoc añadió: "Toma ese cuchillo de tu cinto y mátame con él, si puedes."

Pero el mercenario rehuyó el combate y mandó apresar a los señores mexicas. El deshonor y la traición fueron  la respuesta.

Al ser víctima de la traición,Cuauhtémoc se dirigió a su pueblo, ahí en el barrio de Tepehuaca, hoy Tepito,con las siguientes palabras:

Nuestro sol se ocultó.
Nuestro sol se perdió de vista y en completa oscuridad, nos ha dejado.
Nos ha dejado, pero sabemos que otra vez volverá, que otra vez saldrá y nuevamente nos alumbrará.

Pero mientras allá esté, en la mansión del silencio, muy prontamente nos reuniremos, nosestrecharemos y en el centro de nuestro corazón ocultemos todo lo que nuestro corazón ama, que sabemos es gran tesoro.

Descubramos nuestros recintos al principio creador, nuestras escuelas, nuestros campos de pelota,nuestros recintos para la juventud, nuestras casas para el canto, que solo queden nuestros caminos, y que nuestros hogares nos encierren, hasta  cuando salga nuestro nuevo sol.

 Los padres y las madres, que nunca olviden conducir a sus jóvenes y enseñarles a sus hijos, mientras vivan, como fue nacido hasta ahora, nuestra amada Anáhuac al amparo y protección de nuestros destinos, por nuestro gran respeto y buen comportamiento que recibieron nuestros antepasados y que nuestros papacitos muy  entusiastamente sembraron en nuestro ser.

Ahora nosotros ordenaremos a nuestros hijos, que no olviden informar a sus hijos, como buena sea, como se levantará  y como bien alcanzará fuerza y como bien realizará su destino esta, nuestra  amada Madre Tierra Anáhuac.

Ahora nos toca resistir, resistir con bravura, corazón y coraje.

Cuauhtémoc,
Jefe Guerrero de todoslos Aztecas.
Barrio del Tepehuaca de la Gran Tenochtitlan,
13 agosto de 1521


Luego el jefe guerrero fue torturado y sometido a humillante prisión por varios años para ser ahorcado en Honduras.


jueves, 8 de agosto de 2013

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA CULTURA. La historia de este día viernes 9 de agosto del 2013.



Amigas y amigos.

Este mes de agosto trae a la memoria la caída de la ciudad de Tenochtitlan en las manos de los invasores españoles. Lo que algunos llaman “El choque de dos culturas” estuvo preñado de horrores, sangre, matanzas, abusos y ambiciones desmedidas por parte de los invasores españoles y su gobierno imperial. La contraparte, historias de heroísmo, de ejemplos de miles de niños, niñas, ancianos, ancianas, mujeres y hombres que defendieron esta ciudad hasta  el último suspiro.

Les envío un extracto de esta historia de resistencia y de la batalla del 9 de agosto de 1521, la cual he denominado La Batalla de la Xiuhcoatl. Toda esta la  narro en nuestro CD  “Historias de Nuestros Abuelos”. Espero les guste. Un abrazo. 

La Batallade la Xiuhcoatl.

En el mes de julio Cortés diseñó una nueva estrategia de ataque. La experiencia había demostrado que las casas y edificios  de la ciudad  nos ofrecían protección a los guerreros tenochcas. En adelante, los españoles y sus aliados no dejarían construcción en pie y no dejarían todos los canales abiertos para que por ahí circularan  las canoas. Arrasarían nuestra  ciudad.

La tarea de demolición fue sistemática y en ella  participaron cienmil indígenas aliados que portaban picas y hachas de piedra. Los escombros servían para cegar fosas y canales.

La hambruna se había apoderado de la población.  No bebíamos  agua limpia, sino agua de salitre. Muchos hombres murieron, todo lo que comíamos eran lagartijas, golondrinas, la envoltura de las mazorcas, la grama salitrosa. Andábamos  masticando semillas de colorín, lirios acuáticos y rellenos de construcción y cuero y piel de venado. Poco a poco nos fueron repegando a la pared.

Los aztecas  caminábamos por las calles sobre nuestros  hermanos muertos  o dormíamos junto a ellos. Un terrible hedor envolvía el islote.

Hacia el 27 de julio, el ejército azteca se encontraba sitiados en el centro cívico y en algunos barrios de Tlatelolco, que constituían  la octava parte del islote.

Cuauhtémoc siempre rechazó todas las ofertas de rendición y negociación de capitulación. Los aztecas pasábamos  los días aguzando estacas,recogiendo piedras, guardando un poco de agua de lluvia. Dormíamos en canoas o a cielo abierto. Nuestras mujeres participaban también en la lucha de defensa de la ciudad.Nuestros niños y  ancianos seguían lanzando piedras desde las azoteas y cuando ya no tenían que lanzar se arrojaban ellos mismos sobre los invasores, en un intento por darles muerte con el impacto de su cuerpo.

El 9 de agosto  se celebró una conferencia urgente  de Cuauhtémoc con sus consejeros. Aunque todos sabíamos que el fin ya estaba próximo, decidimos  hacer un último esfuerzo, echar mano de un recurso supremo; lanzar contra el enemigo La xiuhcoatl, La serpiente de fuego  conque Huitzilopochtli,  el Sol ponía en fuga diariamente a la Luna y las estrellas.

La Xiuhcoatl era  una lanza de grandes proporciones que los aztecas atesorábamos entre nuestras reliquias más preciadas. Según las tradiciones, esta arma tenía poderes mágicos para destruir a cualquier enemigo,pero sólo debía usarse en casos extremos. Escogimos para  lanzarla a un valiente guerrero llamado Opochtzin. Para darle mayor solemnidad al acto, Opochtzin fue revestido con las ropas de Tecolote  de Quetzal   que habían pertenecido a Ahuítzotl, padre de Cuauhtémoc.

Cuauhtémoc dijo al guerrero;

"Esta insignia era la propia del gran capitán que fue  mi padre Ahuítzotl. Llévatelas, póntela y con ella espanta, con ella aniquila a nuestros enemigos. Véanla nuestros enemigos y queden asombrados.

Acompañado de cuatro guerreros que le servían de resguardo, Opochtzin hizo su  aparición en el campo de batalla. Cuando lo vieron los enemigos fue como si se derrumbara un cerro. Mucho se espantaron todos; los llenó de pavor, como si sobre la insignia vieran otra cosa. Subió  a la azotea, y cuando lo vieron algunos de nuestros enemigos luego se dispusieron a atacarlo. Pero otra vez los hizo retroceder, los  persiguió.

Muchos indígenas del bando cristiano quedaron desconcertados, pensaron que los acosaba un fantasma, el más temible de los monarcas aztecas resucitado para salvar a su pueblo. Muchos abandonaron despavoridos el campo de batalla. Los españoles hicieron frente a Opochtzin  y varios de ellos cayeron prisioneros. Todavía al día siguiente los indígenas del bando cristiano estabantan asustados que nadie combatió.