viernes, 28 de junio de 2013

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. La historia de este día sábado 29 de junio del 2013.



Amigas y amigos. 

Ha pasado más de un mes y las muchachas y muchachos secuestrados el 26 de mayo en un centro nocturno de la Ciudad de México no han aparecido. Las autoridades no actúan y afirman que uno de los secuestrados es hijo de un “narcotraficante del barrio de Tepito”. La prensa española publico el viernes 28 de este mes de junio esta historia de Jorge Ortiz, alias El Tanque. Es una historia  que permite ver los laberintos de la pobreza, el narcotráfico, las corruptelas y la narcopolítica. Una historia cotidiana en nuestro México. Espero les conmueva, para esto son estas historias. Un abrazo.

 

El Tanque: “El Gobierno sabe quién maneja Tepito”



                                                                                                       Pablo de Llano


Jorge Ortiz, alias El Tanque, me atendió en la cárcel de Hermosillo, en el Estado de Sonora, una zona desértica en el norte de México. A las diez de la mañana la temperatura pasaba de los 30 grados e iba de camino hacia los 40. En un patio abierto los presos hablaban con sus visitantes. Unos con una guitarra tocaban y entonaban canciones de amor de banda norteña. Ortiz está en forma: tiene 42 años, mide 1.80, pesa 100 kilos de músculo. Vestía sencillo. Una playera blanca, unos jeans y unos tenis blancos. Por las mangas de la camisa le salían de ambos brazos dos tatuajes de dragones. Dice que le gusta “la mística de lo oriental”. A cada poco se acercaba un preso a la mesa ofreciendo alguna manualidad para ganarse unos pesos. Ortiz le pide a uno que espere a que termine la entrevista.

–Ahorita, cuando acabemos, hermanito.

–Órale mi Tanque –le responde el presidiario ambulante.

Desde que su mujer, Leticia Ponce, vino a verlo en noviembre desde México DF, Ortiz, hasta este jueves, solo había recibido una visita. Fue hace dos semanas, cuando un agente de la fiscalía del Distrito Federal recorrió los 1,800 kilómetros que separan a la capital mexicana de Hermosillo para interrogarlo. El Tanque es el padre de Jerzy Ortiz, un chico de 16 años que fue raptado junto con otros 11 jóvenes hace un mes a la salida de un after-hours del DF. Las autoridades manejan la hipótesis de que este rapto colectivo se debe a disputas de bandas de narcomenudeo de Tepito, el barrio bravo de la capital, del que son la mayoría de los desaparecidos, y el pasado de este preso, al que se le señala como un antiguo peso pesado del hampa en Tepito, ha hecho que corra la idea de que el levantón de los 12 tenía a su hijo Jerzy como objetivo. Jorge Ortiz dice que el funcionario ante el que declaró era un abogado pulcro de camisa de cuadros y pantalón beis.

–¿Qué le preguntó?

–Me preguntó que si yo le había cedido el control a mi hijo, y yo le dije que de qué control me hablaba, si llevo cinco años en cárceles fuera del DF. Solo habló puras incoherencias.

–¿Qué más le preguntó?

–Me dijo que si yo había dejado enemigos en Tepito. Si hubiera dejado enemigos ya hubieran atentado contra mi familia hace años.

–Se ha rumorado que usted sigue mandando desde la cárcel.

–Eso son cosas que se inventa el Gobierno del DF. Ellos para lavarse las manos lo que hacen es quemar más a los que ya han quemado. El Gobierno sabe bien quién maneja el barrio, cómo corre el agua por allá.

Y explica que antes cada quien vendía por su lado y no había un monopolio del narcomenudeo, y que en su tiempo no se hablaba de La Unión –uno de los grupos que ha sido señalado ahora como presunto implicado en el secuestro colectivo— ni de grupos como tal.

Jorge Ortiz lleva sin salir de la cárcel desde el 2003, cuando lo encerraron por extorsión y delincuencia organizada. Hasta 2008 estuvo en una prisión de la capital y desde entonces ha pasado por cinco cárceles de otras partes del país: cuatro federales, en las que hubo periodos en que estuvo en módulos de máxima seguridad, y una estatal, esta misma de Sonora, a donde llegó hace un año, y donde no siente tanto peligro como en otras. “Para mí esto es como un jardín de niños”. Ortiz dice que pasó por prisiones peores: “Las duras son esas en las que no sabes si mañana vas a amanecer, en las que hay gente que ya no tiene salida, que nunca van a salir y que te matan por un peso. En esas tienes que andar con un ojo al gato y otro al garabato”. De la de Veracruz tiene quejas específicas. Dice que se pasaba mucho frío y que daban tan poco y tan mal de comer –“Un caldo con cinco chayotes y unos frijoles, eso era todo”– que entró pesando 97 kilos y en dos meses estaba en 75. La de Durango le pareció mejor. Dice que los fines de semana les ponían una película.

–¿Recuerda alguna?

–La vida es bella. Cada vez que la veo me pone triste.

–¿Puede explicar de qué trata?

–Es la historia de un judío que se lo llevan a un campo de concentración y que es un tipo astuto y se lleva a su hijo con él, y como están en guerra le dice que todo es un juego, y que tienen que hacer puntos para que les den un tanque de guerra.

-Hablando de tanques. ¿Quién le puso su apodo?

–Un chamaco de Tepito. Decía, mira, este está como un tanque, y así me quedó. No sé qué habrá sido de aquel chamaquito, tiene muchos años que no sé nada de él.

De nuevo se acerca un preso. “Mi Tanque”, dice como saludo, y pide fuego para encenderse un cigarrillo.

A Ortiz le quedan ocho años de condena. Aspira a que se la reduzcan por buen comportamiento y que lo dejen libre en un año. Además afirma que la condena que está cumpliendo es injusta. Dice que no se ha podido probar que hubiese extorsionado a nadie. Lo que reconoce a medias es su condena anterior. De 1998 a 2002 estuvo preso por tráfico de droga. Lo acepta a medias porque, según él, cuando lo detuvieron ya llevaba un tiempo sin traficar y lo que hicieron fue ponerle encima unas dosis que no eran suyas. Cuenta que en los noventa pasó unos años de “necesidad” en los que vendió cocaína para salir adelante. En esa época, según dice, iba armado con un revólver de calibre 38.

–¿Y cuánta coca vendía a la semana?

–Poquito, en aquellos tiempos no se vendía mucho. Unos 25 gramos a la semana.

El Tanque dice que no es una “paloma blanca” pero tampoco “un gigante del crimen”. Se considera un tipo que cometió errores pero que los pagó multiplicados injustamente a la enésima potencia, y subraya que él nunca ha matado a nadie. Admite, eso sí, que conoce bien el mundo de la mafia. Por esta razón no alcanza a entender la lógica del secuestro en que se llevaron a su hijo. Se pasa veinte minutos hablando de posibles explicaciones. Primero se pregunta cómo pudieron llevarse a 12 personas en una zona de “perímetro turístico”. Luego dice que el Gobierno “sabe cómo está la situación” –pero que hay “algo” que no quieren que salga a la luz pública–. También especula con que haya sido una operación de un cartel grande en apoyo de una banda local a la que quiere usar para adueñarse en la capital de una zona de tráfico de droga.

Lo que no entiende es qué tenía en la cabeza el grupo que raptó a 12 tipos en medio de la capital, sabiendo que eso iba a poner todos los focos sobre el asunto. “Uno no sabe”, dice, “hay que buscarle la razón por todos los lados”. El Tanque solo afirma que él no tiene nada que ver y que su hijo adolescente no es un delincuente. También cree que Jerzy no está muerto. “He estado pidiéndole a Dios que me cuide a mi niño, y mi padre Dios dice que está vivo. Puede estar tirado en el piso, amarrado de las manos y los pies, pero creo que mi hijo no está muerto”. En 1998, durante su primera estancia en prisión, Jorge Ortiz se convirtió del catolicismo al evangelismo.

Un convicto rapado, tatuado y con ropas holgadas de rapero se acerca a ofrecer un par de tortuguitas talladas en madera. El Tanque le pide con suavidad que se vaya. Parece un hombre con los nervios templados. Su tórax y sus bíceps son como los de un acorazado, pero su presencia no es desasosegante, a diferencia de la de algunos presos enclenques que andan por el patio con cien recovecos en la mirada.

Ortiz tiene los dientes frontales de arriba semi hundidos. “Se me deformaron desde chico, porque me chupaba mucho el dedo”. En su familia, según cuenta, eran cinco hermanos y sus padres, y vivían en dos habitaciones de cuatro por cuatro. Su madre vendía fritangas en la calle y su padre, que falleció hace diez años de un infarto, era fayuquero, como se le llama en México a los que venden productos que no han pagado aduana. Vivían en Tepito. A los ocho años él empezó a trabajar de limpiabotas, o bolero, y fue a la escuela hasta los 13. Ortiz recuerda que en su infancia y en su primera juventud el barrio era menos violento. Dice que de niños jugaban al fútbol americano en la calle hasta las cuatro de la madrugada sin miedo a que les pasase nada. Las tacleadas las hacían sobre el cemento, pero según dice se divertían. Ahora bien, aquel Tepito también era bronco. El Tanque recuerda que de niño le impresionó mucho que una noche vio una pelea a machetazos afuera de una pulquería. “Eran dos señores. Los machetes sacaba chispas, y yo veía la sangre regándose por todos los lados”, dice Ortiz sentado en el patio de la cárcel.

Este hombre de fama negra afirma sin mover una pestaña que él es un hombre pacífico. Dice que nunca fue “peleón”. Incluso afirma que si a su hijo Jerzy le sucediese lo peor, él no buscaría venganza. El Tanque dedica las primeras horas de la mañana en la cárcel a hacer ejercicio para liberar estrés y durante el resto del día lo que más le gusta es leer. Estos días se está leyendo un libro que le regaló otro preso: La Cabaña, de William P. Young.

“Es la historia de una familia de Ohio que se va un día de campo y le secuestran a una hija. La matan y ellos encuentran el vestido lleno de sangre. El padre pierde la fe en todo. Pero un día llega una carta a su buzón en la que le dicen que vaya a una cabaña, y en la firma ponen Papá, que es como le llamaba su esposa a Dios. Él toma la decisión de ir a la cabaña. Está vieja, destrozada. No hay nadie. En el suelo ve una mancha de sangre de su hija. Empieza a renegar y agarra un palo y empieza a destrozar los muebles que quedaban en la cabaña, y al final cae de agotamiento en el piso. Al salir de la cabaña nota que le da un destello de luz, se voltea y ve que la cabaña está hermosa. Entonces le abre la cabaña una mujer afroamericana, grande y gorda, y le dice que ella es Papá. Él dice, qué onda. Y sale de otro lado una mujer vietnamita y dice soy el Espíritu Santo. Luego aparece un judío que es carpintero y le dice que él es Jesús. Y ahí voy, en esa parte del libro”.

http://internacional.elpais.com/internacional/2013/06/28/actualidad/1372386139_031289.html

jueves, 27 de junio de 2013

CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. La historia de este día jueves 27 junio del 2013



Amigas y amigos.

 En estos días se ha estado mencionando el grave estado de salud que guarda Nelson Mandela. Pocos recuerdan las persecuciones, prisiones, torturas, bajezas y humillaciones a las que fue sometido este hombre por los racistas, las grandes empresas transnacionales y los imperios económicos y políticos. Les envío en esta ocasión una historia anotada por Eduardo Galeano en su libro LOS HIJOS DE LOS DÍAS. Espero que les conmueva y nos ayude a mantener en la memoria la vida de Mandela y su permanente lucha en contra del racismo, la discriminación, la violencia, la antirdemocracia, la explotación, el autoritarismo y el fascismo. Él se puede ir, pero se queda acá,entre nosotros ¿no?



MANDELA EL TERRORISTA

“A propósito de la guerra contra el terrorismo, parece que estamos todo el tiempo en guerra contra el terrorismo, y uno se pregunta quiénes son, cómo son los terroristas. Bueno,pues en Julio primero del año 2008 hubo un terrorista menos. Porque en ese día, de ese año, el Gobierno de los Estados Unidos decidió borrar a Nelson Mandela de la lista de terroristas peligrosos contra la seguridad nacional de los Estados Unidos. Durante sesenta años, el africano más prestigioso de todos había integrado ese tenebroso catálogo. Y a mi me parece que muy serio no es, porque si este es el arquetipo del terrorista…yo no quiero burlarme ni mucho menos, porque si lo dicen quienes lo dicen, bueno…yo creo que sería más serio celebrar el día contra el terrorismo, ese 11 de Septiembre, pegando carteles por todos los rincones del mundo donde se diga, se busca a los secuestradores  de países, a los estranguladores de salarios y a los exterminadores de empleo, se busca a los violadores de la tierra, a los envenenadores del agua y a los ladrones del aire, se busca a los traficantes del miedo”.

viernes, 21 de junio de 2013

LA PALABRA EN LA VOZ DEL NARRADOR DE HISTORIAS Y CUENTOS; NICOLAS BUENAVENTURA






En octubre del 2006, al asistir al del X Encuentro Internacional de Cuenteros, UniCuento, organizado por la Universidad de Santiago de Cali, en Cali , Colombia, tuvimos la oportunidad de conocer y platicar con ese extraordinario hombre y narrador de historias y cuentos que es Nicolás Buenaventura. El ritmo de trabajo en el festival de narración hizo que nuestra plática se desarrollara a la media noche. Fue una plática amena, interesante, profunda, sencilla e inmensamente aleccionadora. Alrededor de la mesa, tomando café y agua, nos encontrabamos Emilcén González, mi hijo Cuauhtémoc, Jorge Olaya, Nicolás Buenaventura y yo. La plática fue espontanea y las preguntas fueron lloviendo una a una. La grabadorcita tomaba la voz de Nicolás y Cuau tomaba cuidado de la videograbación. Terminamos de platicar hasta ya entrada la madrugada. Concluimos por ese momento el dialogo, de parte nuestra, con una visión diferente del quehacer del cuentero y del narrador, con una visón humanista y creativa expuesta por Nicolás Buenaventura. Este es el dialogo de esa noche.



Cuauhtémoc Rivera (CR) -Nicolás, quiero iniciar pidiéndote que nos platiques tu relación con la narración de cuentos.

Nicolás Buenaventura (NB). - Bueno, contar cuentos es para mí, digamos, el sentido que le he ido dando a mi vida. Aceptemos que la vida no tiene sentido, uno le da sentidos. De muchas maneras, hay quienes que le dan sentido a través de un dios, otros a través de creer en una vida después de la vida… yo le he dado sentido a mi vida contando cuentos. Hay un placer especial, un placer único en contar una historia, hay un placer muy especial también en estar subido en un escenario contando historias y eso, justamente, el placer, también es sentido. Por otro lado podría agregar que hay, en los cuentos, una búsqueda de lo que soy, de dónde vengo. Y lo tercero que diría es que hay problemas que me despiertan a altas horas de la madrugada, que ya no me dejan dormir más y a los que tengo que responder de alguna manera, y ¿cómo respondo? con historias, con cuentos.

Cuando me preguntan qué es la inspiración, siempre digo que la inspiración son los problemas, los líos, las incapacidades, las impotencias, los huecos, las fragilidades. Ahí es en donde nacen las historias. Si no tuviéramos problemas no habría historias.

- ¿Entonces tú crees que las historias son el reflejo de los problemas?

No. Creo que las historias nacen en la fragilidad, en aquello que nos falta, que no tenemos, en los vacíos, en las ausencias, en lo incompletos que somos. Ahí es donde nacen, pero no son el reflejo de eso, uno no puede pensar que el origen de algo refleja su naturaleza, el origen es importante pero el resultado siempre es otra cosa distinta, ahí se originan ahí está, digamos, el caldo de cultivo, la matriz.

- ¿Entonces eso nos remitiría a que las historias son indispensables en la vida del ser humano?

Lo creo. Sí. Creo que las historias no solamente son indispensables en la vida del ser humano sino que creo que somos historia. Hay un señor llamado Oliver Sacks, -un señor muy inteligente porque se inventó su profesión, una profesión que sólo él ejerce, así, pues no tiene competencia-. Es neuroantropólogo, muy famoso, escribió entre otros un libro que se llama “El hombre que confundía a su mujer con un sombrero”. Resulta que una vez le preguntaron ¿Para usted que es una persona normal?, y él respondió con una frase que a mí me parece maravillosa, siempre la cito, él contestó: “Una persona normal es aquella que es capaz de contar su historia”.

Creo que existe una relación estrecha entre la cordura y el ser capaz de contar la propia historia o las propias historias.

-En tus trabajos de narrador ¿tú cuentas tus historias?

Bueno, siempre digo que parten de tradiciones orales de distintos lugares pero me las he apropiado, siempre digo que, por ejemplo, si un indio Lacota me escucha contando “La mujer y el rió” no lo reconocerá, ya el cuento a cambiado tanto, se ha transformado tanto que él no lo reconocería, yo lo transformo en la misma medida que el cuento me transforma y ese cuento me ha cambiado, me ha cambiado la manera de entender muchas cosas, me ha cambiado la manera de ver, en ese sentido también creo que lo he transformado, lo he cambiado. Trabajo siempre a partir de tradición oral, eso es un hecho, no trabajo a partir de textos escritos para ser leídos. Cuando trabajo a partir de libros, son libros que han recogido relatos, cuentos de distintas culturas, pero digamos que el punto de partida es la oralidad, el cuento hablado, la tradición.

- ¿Cual es el camino que sigues para trabajar a partir de tradición oral?

Lo primero es el problema, y una vez que el problema comienza a presentarse muchas veces es tratar de darle nombre, darle una forma, no sé … “Cuentos para mujeres” es una manera de responder a una palabra que hay aquí, en esta ciudad y en este país, que hace que la mayoría de los chistes que uno oye son contra las mujeres, contra los hombres y las mujeres negros, contra los niños, contra los homosexuales. Hay muchos de estos chistes malos, circulan mucho y son muy ofensivos. Los escuché demasiadas veces en mi vida y hubo un momento en que me rebelé contra esa palabra y decidí enfrentarla con otra palabra con otros cuentos. Me armé para ese combate con un espectáculo, empecé con un cuento y ese trajo otro y otro. Luego comencé a leer historias en las que las mujeres eran las protagonistas y tejí una estructura. Siempre pasa así, hasta ahora siempre ha pasado así: un problema, una palabra que me arremete, un cuento que trae a los otros… En el año del 94, creo, se decide que en Colombia se va a celebrar el año universal de la tolerancia y como creo que en Colombia la tolerancia no debería de ser un propósito, aquí, nosotros tenemos es exceso de tolerancia, toleramos a que al vecino lo maten, toleramos que nos roben, que nos pisoteen, todo el tiempo estamos tolerando que nos limiten todos los derechos, en ese sentido, para oponerme a ese discurso sobre la tolerancia hice un espectáculo cuyo objetivo es la relación con el otro, entender la relación con el otro, comprender al otro y escribí “Los cuentos del espíritu”. Pero cada espectáculo nace, digamos, de una problemática.


- ¿Eso implicaría que el narrador, al menos en tu caso, es un lector constante de la realidad en la que vive y trata de relacionarla con lo que lee?

Yo si creo que la vida es la que escribe, todo el tiempo, y que uno es capaz de leer o no. Hay veces en que están los ojos un poquito más abiertos o más agudos y es uno capaz de leer, otras veces no. A veces no es el momento para leer lo que la vida escribe o uno no puede leer o no sabe leer pero, ella, la vida, está escribiendo todo el tiempo. Bueno, decir que está escribiendo es otorgarle una voluntad y sabemos que eso es solamente una figura del lenguaje, además empezamos diciendo que la vida no tiene sentido lo que sería una contradicción con afirmar que ella escribe. Lo que quiero decir con esto es que están ocurriendo, constantemente, a nuestro alrededor sucesos y todos merecerían su historia. ¿Hasta dónde somos capaces de dársela? Tal vez de esta manera podemos afirmar que el que cuenta, el que escribe, esta leyendo ese libro caprichoso y extraordinario que es la vida.

- ¿Entonces podríamos afirmar que todos los narradores son lectores de la vida?

Bueno, no sé, esas generalizaciones ya se van volviendo más delicadas. No sé hablar en general, es más complicado. Creo que hay un nivel en que un escritor, un narrador, un artista, esta leyendo cosas que están ocurriendo. Ahora, leer también es un concepto un poquito delicado, nosotros relacionamos la lectura siempre con lo escrito pero hay gente que sabe leer las nubes, hay gente que es capaz de leer las huellas y de adivinar el animal que esas huellas señalan, hay gente que es capaz de leer las corrientes, la luna, el vuelo de los pájaros, hay gente que es capaz de leer una cantidad enorme de cosas que nosotros no leemos y en ese sentido quiero hablar de lectura de una manera muy amplia, no es el problema del ser letrado, hay mucha gente que nosotros consideramos analfabetas y son capaces de leer muchas cosas, tal vez los letrados sólo somos capaces de leer el alfabeto y nada más y peor aún, creemos que es suficiente, que allí está todo.

-Esta afirmación que tú nos haces sobre la palabra lectura a mí en lo personal me lleva a replantearme varias cosas, la primera es que entonces el mundo actual está ceñido exclusivamente a un modelo de lectura que es la lectura del texto y lo cual deja de lado otros tipo de lectura, otros modelos culturales, los antiguos pobladores podían leer el clima a través de ver las nubes, ahora que tú lo recuerdas ¿Entonces eso implicaría que estamos viviendo un modelo de lectura impuesto y excluyente de otros?

Lo que pasa es que, digamos que la humanidad inventó un instrumento que es extraordinario, el libro. Alguien decía el otro día y lamento no acordarme, que todas las herramientas que el hombre ha inventado son prolongaciones de sus sentidos, las prolongaciones de los ojos, las prolongaciones de los oídos o prolongaciones ya no de los sentidos sino de ciertos miembros, la prolongación de la mano, la prolongación de la pierna… y el libro es prolongación del pensamiento. Es verdad que es un invento maravilloso, el libro. Pónganse un instante a pensar: para nosotros es algo lógico, normal, uno abre una página y lee, pero hay algo extraordinario detrás de ese gesto, hay algo maravilloso, del orden de lo mágico. Lo que hay ahí son unos garabatos y esos garabatos, mi cabeza logra articularlos y darles un sentido, volverlos sonidos, ritmos, ideas, imágenes… Me acuerdo que viví, en una época, en una casa donde había un niño pequeño, era el hijo de una mujer con la que compartíamos una casa. Yo no era el padre de ese niño ni el compañero de aquella mujer, simplemente compartíamos la casa. La madre de ese niño tenía que trabajar, se iba y lo dejaba conmigo. Como yo estaba en la casa, escribiendo, lo sentaba al lado mío o lo sentaba en mis piernas. Él me veía escribir, en aquella época escribía a mano y sobre papel, lo que en nuestros días comienza a ser casi un anacronismo. Un día, debía tener Felipe, así se llamaba el niño, no sé, 3 años… y me escribió una carta, me la entregó. Yo recibí la preciosa carta y le dije “Felipe, estoy muy contento con la carta pero ¿me puedes decir qué dice? Y él me contestó: “Ah no, yo sé escribir pero yo no sé leer”. Creo que esa anécdota muestra que el misterio de la lectura es muy complejo.
Hay una historia que viene de tu país, de tu tierra. Habla de un Indio que le está contando a un Español toda la historia de su pueblo. El Español tiene un escriba, un amanuense que lo anota todo. Termina el día y el Indio y el Español se dan cita al año siguiente, en el mismo lugar. Vuelve el Indio… -como bien decías en tu charla, usar la palabra Indio para nombrar a los habitantes de este continente es un error, pero tenemos un montón de errores como ese, todos los árboles autóctonos, los pájaros nativos fueron mal nombrados, los ritmos mal notados, la geografía mal levantada… casi no podríamos hablar sin cometer errores- pero sigamos con el relato: al año siguiente vuelve el hombre y el Español le pide al secretario que lea lo último que hablaron para poder retomar el relato donde lo había dejado. El secretario lee y el Indio oye y a medida que oye reconoce (o desconoce) sus palabras, una a una. Cuenta la historia que de pronto se queda el hombre pensando le dice: “Ustedes no nos derrotaron ni con la espada ni con la gripa ni con el caballo, ustedes nos derrotaron con eso, esa es el arma más terrible que ustedes poseen y a ella le deben la victoria sobre nuestros pueblos”. El que las palabras puedan quedar consignadas, exactamente, sonido y sentido, eso es algo que puede ser muy peligroso. Esa forma de escritura fue poco a poco dominando las otras y es normal, es realmente muy compleja, es una forma asombrosa, para nosotros es cotidiana y ya no nos sorprende como puede eventualmente sorprendernos el que alguien tome una partitura y sea capaz de entonarla o la lectura de una imagen de resonancia magnética. Hoy en día la capacidad de lectura también se ha desarrollado de manera asombrosa, la lectura de las imágenes, por ejemplo, podemos leer imágenes a una velocidad sorprendente, pero me atrevería a decir que aquella de la escritura es tal vez la más compleja.

-Hoy por la tarde resultó sumamente interesante tu narración sobre el viaje al país de los Griots, ¿Qué otro tipo de narradores has conocido que sientas que han aportado a tu formación?.

En el movimiento al que pertenecí inicialmente, de manera profesional, que fue en Francia, en los años ochenta y nueve, conocí narradores, cuenteros, de muchos países. Francia tiene eso, como tenía muchas colonias, Vietnam, África del Oeste, Argelia, Madagascar, Canadá, el Caribe… ha recibido muchas herencias. Allí entré en contacto muy rápido con cuenteros de culturas distintas y distantes. Fue muy importante para mí ver el rigor, la manera cómo asumían el oficio de contar. El rigor en la puesta en escena, el rigor en el trabajo con la música, podría citar algunos nombres como Michael Hindenoch que es un cuentero francés que cuenta las historias de ­­Maître Renard que es el Zorro, podría citar a Manfeï Obin, es un cuentero de Costa de Marfil, podría citar a Hammed Bouzine, él es una mezcla muy particular porque él es Kabíl por un lado y Tuareg por el otro y cuenta grandes epopeyas de los Kabiles y de los Tuareg. En fin, hay una cantidad enorme. Aún hoy me sigo encontrando con cuenteros que me asombran y que me producen fascinación, Kiko Cadabal, cuentero de Galicia, por ejemplo, a quien conocí no hace mucho tiempo, unos 4 o 5 años diría, es fabuloso. Un cuentero argentino llamado Juan Marcial Moreno, su repertorio es asombroso, cuenta en alemán, ingles, francés… Es un monstruo sobre el escenario, se dobla de tamaño, es pequeñito y dobla su tamaño en cuanto comienza a contar. Me fascinan, además, porque jamás sería capaz de hacer lo que ellos hacen.
En realidad soy un cuentero muy limitado y, como si no fuera bastante, cada vez me limito más. Reduzco al mínimo los elementos, trato de contar sentado, sin moverme casi, con un mínimo de gestos, un mínimo de palabras. Es una búsqueda, en ese sentido, en esa dirección distinta. A veces me producen hasta envidia ciertas cosas fascinantes como las libertades que tiene Kiko cuando está en el escenario. En fin… me asombra, sobre todo porque me muestra mis limitaciones.

-Ahora que hablas de asombro, el día de inauguración del Festival UNICUENTO tu abriste con tu espectáculo de narración, y yo me quedé asombrado porque todo el evento narraste sentado y una persona del publico te hizo la observación que cuando narras cierras los ojos, ¿Por qué narrar sentado, que implicaciones tiene o que significados tiene?

Hay muchas razones, primero, los viejos de los que aprendí a contar. Contaban sentados, todos. Segundo, es una manera de poner el acento en el cuento, privilegiar también una forma de respirar. La respiración, el aliento son algo fundamental a la hora de contar. Me he dado cuenta de que el poder hablar durante horas y horas… -hoy llevo el día entero hablando, empecé a las 2 en la charla, luego la función, después fuimos con unos amigos y hablamos y ahora aquí, es casi la una de la madrugada- depende de la respiración, el aliento. Allí empieza la palabra. Sentado la respiración tiene un ritmo. Cuento sentado y ensayo caminando, los cuentos los ensayo caminando. Arranco a caminar y ensayo en el camino, y claro la gente me ve por la calle y piensa que estoy loco, me ve hablando solo. En una época me colgaba un audífono para que creyeran que estaba hablando por teléfono y no se preocuparan ni me preocupara yo por las miradas de los otros. Antes de un espectáculo, cuando llego al lugar, salgo, camino y ensayo los cuentos. Contar sentado también significa poner el acento en que es el cuento lo importante. Soy sólo el medio, la taza en la que se beberá ese cuento y las tazas son circunstanciales, no soy más un segundo en la vida de un cuento. Soy un espacio y un tiempo para un cuento, no más y mi objetivo es tratar de desaparecer al máximo, borrarme, cerrar lo ojos, estar sentado, descalzo, tratar como de desaparecer detrás del cuento.

Pero en ocasiones eso no tiene el sentido que yo le doy, por supuesto eso trasciende. La gente lo percibe de otras maneras. En una ocasión pasó una cosa divertida; Estaba en la universidad de Tulane, en Nueva Orleáns, en Estados Unidos, tenía que contar cuentos para los estudiantes. Una profesora me había invitado. Llegué, me instalé, acomodé los instrumentos con los que suelo contar: un par de birimbaos, una múcura, una cuica, una taza tibetana, una flauta… Me descalcé, me senté y cuando todo estuvo en su punto conté. Un estudiante llegó un poco tarde. No asistió al momento en el que la profesora hizo la presentación, no sabía que había un cuentero programado. Estaba completamente fuera de contexto, se sentó y escuchó. Cuando terminó la intervención, él estaba muy asombrado y al final de la clase fue y le dijo a la profesora: “Gracias profesora, es la primera vez que veo un humano en esta universidad”. Para él, en el hecho de estar sentado, descalzo y con los ojos cerrados, había simplemente eso: humanidad simplemente.

Hay un espectáculo en el que cuento de pie y es Amaranta por qué. Tiene unos bailes y unos ritmos especiales, pero todos lo demás los cuento sentado. Hay algunos espectáculos que duran una hora y media.

-Hace unos minutos nos decías que tu sentías que cada vez identificabas más tus limitaciones, esto me llama mucho la atención porque lo relaciono con lo que nos mencionabas hoy en la tarde que tú no eras un narrador de historias profesional y que, es más, ni aspirabas a serlo ¿Por qué esto?... no lo entiendo.

Lo decía en el sentido en el que no soy capaz de contar cualquier historia, lo decía en el sentido en que se puede dar la situación (y se ha dado) en la que me dan un cuento o pretenden contratarme para que narre un cuento determinado y ser incapaz de hacerlo. Para el Forum de la Culturas Barcelona 2004 lo que inicialmente me propusieron era que un director montaría un espectáculo con varios cuenteros y que yo debía narrar allí unos cuantos que ellos me iban a hacer llegar. Contesté muy a mi pesar, diciendo que ni siquiera hacía falta que me mandaran los cuentos que yo no creía que fuera la persona adecuada, luego me dijeron que yo iba a ser el único cuentero y dije que tampoco, no se trataba de eso, el problema no era compartir el escenario con otro cuentero, simplemente pensé, intuí, supe que no iba a poder contar esos cuentos, por maravillosos que fueran. Me tardo demasiado tiempo en apropiarme un cuento y para contarlo necesito que sea mío y ser yo de él, lo que era muy improbable, sobre todo en el tiempo que daban. Hay mucha gente que se acerca y me dice: “te quiero entregar unos cuentos, quiero que los cuentes” y siempre contesto; no partamos de esa idea porque ya todo va a estar falseado, yo no cuento cuentos que la gente me entrega, lo siento pero no. Sé que es con las mejores intenciones pero solamente puedo contar unos cuantos cuentos que, como digo, me superan, me cambian y no soy capaz de contarlos en cualquier circunstancia. Hace dos días hice una función aquí en Cali, en la Universidad Autónoma y un fotógrafo se subió al escenario y comenzó a hacer fotos primero de un costado y luego pasó detrás de mí. Paré la función y le dije, “Cuando termine yo podré seguir” el hombre hizo un par de fotos más y se bajó del escenario. Para mí no tenía sentido seguir contando con alguien detrás de mí que hace fotos.
Cuando no hay mínimas condiciones de silencio, para mí, es muy difícil contar, y claro, se supone que uno tiene que ser capaz de contar en los bares, en las playas a pleno sol, en la mitad de la carretera. Lo he hecho, he contado en bares, pero debo confesar que sufro y sufren los cuentos. Tampoco me siento bien contando en las llamadas “narratones” en las que se suceden muchos cuenteros uno tras de otro. Para terminar de responder digamos que trato de hacer que los cuentos no se vuelvan el modus vivendi, que no se vuelvan la manera de ganarme la vida. No quiero contar cuentos para ganarme la vida.

-¿Por qué?

Porque eso comenzaría a establecer una tiranía muy complicada en la escogencia de los cuentos que cuento, hay momentos en los que me he ganado la vida contando cuentos y eso me ha permitido hacer muchas cosas, pero cuando no se presenta la circunstancia no quiero tener que contar cuentos por la sencilla razón de ganarme la vida. No quiero que el tener que ganarme la vida me obligue a escoger cualquier cuento.

- ¿Habrá narradores que puedan contar cualquier cuento?

Sí, los hay y los admiro. Admirar es, entre otras cosas, reconocer en el otro aquello de lo que uno no es capaz. Hay músicos capaces de tocar bien cualquier obra, por ejemplo.

-Que características podría tener un narrador que pudiera contar cualquier cuento?

No sé… He visto cuenteros que tienen una tarjeta de presentación y en ella proponen recreaciones, cuentos de humor, cuentos para la familia, cuentos de tradición, cuentos de horror, cuentos para todos los gustos… Algunos muy buenos a los que se les siente mucha cancha, muy oficio y los admiro, repito. Pero no es lo que yo he escogido, no es lo que para mi es importante, tal vez porque no soy capaz, tal vez porque ese traje me queda grande, tal vez porque esas uvas, como en la fábula, están para mí muy altas. También conozco gente que oye un cuento a medio día y en la noche lo está contando. Me ha sucedido, acá, en Colombia, que he contado un cuento y horas después lo he escuchado, fotocopiado en vivo y en directo. Esa práctica no puedo decir que la admiro. No, más bien diría que me produce desconfianza. Esa persona ni siquiera tuvo el tiempo de preguntarse por qué iba a contar ese cuento, simplemente lo copió y ya. Hay un proceso de como de mimetismo, de imitación, de remedo, pero también hay una actitud parásita, un abuso.

-Esta respuesta que me das me deja otras preguntas, esta última parte me dices “él no se pregunta por qué va a contar ese cuento”, ¿esto implica que todos los narradores nos debemos preguntar por qué contar ese cuento?

Es verdad que esa afirmación puede deducirse de lo que dije pero no. No pretendo establecer reglas generales, sin embargo para mí sí es muy importante preguntármelo, aunque en la mayoría de los casos no logre responderme sino es contando el cuento. Quiero decir que la mejor respuesta termina siendo, en general, el cuento mismo y el acto de contarlo pero me toma mucho tiempo hallarlo.

-¿Sí crees que es importante?

Sí, creo que es importante, en cualquier trabajo artístico. Es importante establecer una relación con la materia, darle tiempo, madurar… Un hombre que está haciendo una vasija sabe que el barro hay que mezclarlo, luego hay que dejar que madure, un tiempo, después hay que hacer la figura pero el barro es caprichoso, ya trae formas que quiere imponerle al hombre y hay que enfrentarlas, luego hay que cocer el resultado, también el fuego y el calor son caprichosos y darán cuenta de lo que se les entrega… todo esto son los porqués, los cómos, los cuándos que van determinando la vasija y la hacen única. Pienso que, en últimas, el arte es un duelo entre un sujeto y una materia de tal suerte que el sujeto transforma la materia, en la medida en que la materia transforma al sujeto.
Ese hombre que se para allí y que cuenta ese cuento que oyó hace unos minutos, unas horas ni siquiera le ha dado tiempo a ese cuento para que madure adentro de él. Es un poco como el loro que repite sin saber muy bien lo que dice.

-Dentro de este símil de barro, en los espectáculos que tu trabajas ¿en cuanto tiempo madura el barro de tus narraciones?

Como mínimo 6 meses, es decir, cuando comienzo a armar un espectáculo son por lo menos 6 meses de trabajo, esto en lo que se refiere, digamos, a la parte interpretativa, la puesta en escena con los músicos. Es un trabajo de investigación, de búsqueda en grupo. Hay un trabajo previo de escritura y de escogencia de los cuentos, que puede tomar más tiempo: un año, dos fácilmente. Pero a partir del momento en el que cito a los músicos, -en ese momento ya tengo todos los cuentos escogidos, escritos y hasta determinados- son más o menos 6 meses en los cuales cada espectáculo es una búsqueda distinta y trato de no retomar los mismos elementos por el contrario, de meterme en nuevos problemas, de cometer nuevos errores. Y me meto con todos los elementos, con todas las materias que hacen parte del lenguaje escénico: luces, escenografía, música, danza… No parto de la idea “esto va a ser un espectáculo de narración”, no parto de una forma preestablecida ni de una técnica. No. Para mí la técnica es un resultado, no es un punto de partida. No parto de mi manera de contar. Parto de la materia, del barro y de mi relación con ese barro, Parto del cuento, del porqué de ese cuento, para mí, aquí y ahora. Creo que hay que darle al cuento la posibilidad de cambiar la manera como cuento.
Hay ciertos cuentos que pueden exigir de mí, por ejemplo, que me ponga de pie y en ese caso lo haría. Hay ciertos cuentos que exigen mucho más silencio y ciertos cuentos que exigen una voz distinta, ciertos cuentos que exigen que cante, entonces me tengo que dar el traquetazo de ponerme a cantar, con lo mal músico que soy y el oído de artillero que tengo. Hace parte de asumir el cuento, del ser capaz de contarlo.
Es todo un proceso: lo primero son los problemas, las ganas, la necesidad, algo que me perturba, que me desvela, algo que tengo que decir. Enseguida, una investigación, mía, en solitario, escoger los cuentos, armar el espectáculo, escribirlo. Luego viene el encuentro con los músicos, la escenógrafa. Después, comenzar a investigar, de nuevo pero esta vez todos juntos, improvisar, probar, intentar cosas, hacer una búsqueda para cada relato, para cada momento. Lo que sigue es componer la música… entrenarse en las prácticas particulares que el espectáculo pueda eventualmente exigir, como cantar, bailar… empezar a hacer el diseño de luces, si las hay… el montaje propiamente dicho. Todo debe estar decidido, escrito al llegar al estreno. Allí empieza otro proceso, en el encuentro con el público muchas cosas van a cambiar. Es un proceso que no termina nunca, sigo cambiando los cuentos con el público, un público puede darme, por ejemplo, una palabra, dos palabras un silencio y el espectáculo cambia. Todo esto sin hablar de la parte económica que es otra complicación porque hay que buscar la financiación del espectáculo, pagar los ensayos de los músicos, el diseño de escenografía, realizarla, pagar el teatro…
Improviso, sí, pero para mí la improvisación nace en hay una circunstancia específica. Cuando me subo al escenario me sé el cuento, me lo sé completamente, se lo sabe mi boca, se lo sabe mi pulmón izquierdo, el derecho, se lo saben las cejas, el cuerpo lo conoce palabra a palabra, lo tiene, pero de pronto sucede algo particular, inesperado y eso particular que sucede puede cambiar una palabra. Por eso, cuando improviso, la improvisación queda para siempre en el espectáculo, lo marca de ahí en adelante. Hoy por ejemplo pasó una cosa particular y es que estaba contando en la Alianza Francesa y, en primera fila, había cuatro niñas, y las cuatro niñas estaban tomando nota. Yo contaba y ellas tomaban nota. Llegó un momento en el que me perdí. He hecho funciones con público saliendo, entrando, moviéndose, subiendo, bajando, y en general logro mantener la concentración, pero hoy no pude y se me fue una palabra equivocada en un momento inoportuno y como dice Juan Cuentalavida, uno de los personajes de mi espectáculo La guerra de los Cuervos y de los Búhos “la palabra una vez salida de la boca ya no regresa”. A veces, cuando se equivoca encuentra maneras de arreglar el error y bueno, uno ha aprendido en ese oficio, porque oficio hay, que nunca debe retomar una palabra que lanzó, ni reconocer que se ha equivocado ni mucho menos pedirle disculpas al público, pero hoy no había manera, ese cuento no se podía arreglar. Había metido las 4 patas y me tocaba, “sí, me equivoqué, disculpen”… No sé por qué algo tan sencillo como tener en primera fila a unas niñas escribiendo me sacó completamente del cuento, se estableció una relación muy rara, con ese hecho de copiar lo que estaba diciendo, me sentí como en el colegio… al final, en el foro hablamos del hecho y salió a la luz la circunstancia que lo había desencadenado, la profesora, que estaba en la sala, les había pedido a las niñas una tarea muy precisa y ellas temían no poder hacerla como tocaba por lo que lo copiaban todo. La profesora estaba en la sala y sonrojada le tocó pedirles disculpas. La relación con el público es muy frágil, cada minuto cada segundo uno se está exponiendo, en el sentido largo y ancho de la palabra. Es curioso empecé dando un ejemplo de improvisación y terminé contando un caso en el que ni la improvisación me pudo salvar…

-Esto me hace sentir que entonces el proceso que estableces con el cuento es un proceso intenso e inmenso de emociones

Podría responder diciendo que hay una concentración intensa. Cada instante es importante. No puedo dejar pasar nada. Cuando estábamos contando en el teatro al aire libre La Tertulia, hace dos días, en la función inaugural, por ejemplo, comencé en un momento dado a escuchar esas ranas y esos grillos detrás de mí y es que era impresionante, era una música extraordinaria. Era fascinante todo lo que estaba sucediendo ahí, detrás de mí, y había que meterlos en el cuento, de alguna manera. El problema era que lo que estaba contando no tenía nada que ver. Estaba contando un cuento de playa, sol, mar, pero ahí, detrás estaban esos grillos nocturnos y esas ranas… Tuve que dar una vuelta muy larga para meterlos. Lo que quiero decir es que tengo que estar pendiente de todo, el presente es muy importante, más importante que en otras formas teatrales, para mí, contar cuentos es una forma teatral. Digamos que tal como la concibo, esa forma teatral, una de sus características, frente a otras formas, es que el tiempo dominante es el presente y más aún, el instante, cada que cosa que ocurre entra a hacer parte del cuento, así el cuento vuelve a ocurrir cada noche, aunque se hable de tiempos antes del tiempo, de cuando las gallinas tenían dientes, de cuando el universo todavía no había comenzado.

-Hace poco Sergio Pitol escribió un libro que se llama “Los cuentos de mi vida”, dice que a él le pidió la editorial que hiciera una compilación de los mejores cuentos del mundo, y él les dijo “eso yo no lo puedo hacer, lo que le puedo decir es cuales son los cuentos que más han influenciado mi vida”, yo te quiero hacer una pregunta muy difícil, pero te la voy a hacer ¿Cuáles son los cuentos que más han influido en tu vida?

Bueno, Los cuentos del espíritu han sido muy importantes. Ese trabajo me enseñó muchísimas cosas acerca de mi comportamiento, de mi manera de relacionarme con los otros, de mi propia concepción del amor… Aprendí mucho con esos cuentos. Cuentos para mujeres también es un espectáculo que cambió muchas cosas en mis relaciones… Hablando ya no de los cuentos que cuento sino de los que he leído debo decir que Cien años de soledad, -es un libro que he leído… no sé cuantas veces, varias, la verdad es que he releído pocos libros en mi vida, este y El Quijote, creo que son los únicos.- Pero volviendo a Cien años de soledad, nunca había podido entender, como entendí leyendo ese libro, quien era y eso me pareció pues un descubrimiento gigantesco. Hay como una pertenecía, uno siente que uno pertenece a ese libro, es como una casa que en la que uno vive, uno entra allá dentro y ahí se queda, yo me quede a vivir ahí en algunos de los corredores de esa casa maravillosa. No es un libro que me pertenece, no, yo le pertenezco.

-¿Y te fuiste a vivir ahí?

Sí, hay partes de mí que se quedaron ahí para siempre.

-Tu tienes una larga historia en este país y ¿Cómo vez actualmente el movimiento de narración oral en Colombia y un tanto tratando de relacionarlo o compararlo con los tiempo en que tu iniciaste este tipo de narración?

No sé bien, la verdad es que llevo mucho tiempo fuera y me faltarían muchos elementos para poder contestar. Además nunca he estado vinculado, de manera directa, con los cuenteros. Participo, en general, en todo lo que me proponen y trato de estar presente pero no pertenezco a ningún grupo u organización. Además muchos narradores orales escénicos dicen que lo que yo hago no es narración dicen que hago teatro, ahora los teatreros dicen que hago cuento, otros dicen que es música, que son conciertos. La verdad, no me preocupa mucho. No sé si los narradores y los cuentacuentos aquí me consideran como parte del movimiento, no sé. Lo único que puedo decir, desde mi punto de vista, es que el movimiento de los narradores en Colombia, donde ha acertado de una manera muy importante, y ahí hay una diferencia muy grande con lo que uno ve en otros países, es en la creación de un público. Es decir, todos estos jóvenes, porque la mayoría son jóvenes que cuentan en las universidades, han creado un público, un público que yo he recibido pero que fue formado por ellos y eso es algo muy importante. El que haya una enorme presencia en las salas se debe a que hay unos cuantos que cada miércoles, cada jueves cuentan en una universidad. Bajo el sol, bajo la lluvia, como sea y mantienen un espacio, forman un público, ahí hay un trabajo titánico, ahí hay un trabajo enorme de mantener el espacio, de alimentarlo constantemente y eso desgasta, y eso produce una cantidad enorme de enfermedades a la hora de contar porque, claro, se van creando automatismos, no se trabaja ya en la minucia, no tienen tiempo de preparar, cada ocho días hay que presentar algo…

-Si los cuenteros dicen que no eres cuentero y la gente de teatro dice que no eres de teatro ¿Cómo te autodefines?

No me autodefino. En cada espectáculo exploro un camino distinto, lo único que sé es que al público no le importa, es decir que, el público, cuando asiste, no está preguntándose si lo que está viendo es cuento o teatro o qué, poco le importa catalogarlo. Pero sí hay quienes se dan a esa tarea de definirlo a uno, o de definir lo que uno no es y por ese camino, de definir las fronteras, de decir hasta aquí es cuento a partir de aquí no. José Campanari que es un narrador de talla internacional, excelente y muy reconocido, dice que lo que yo hago no es cuento, ¿porqué lo dice? ¿para qué? No sé. Habría que preguntarle a él que es lo que hago. Mi problema es hacerlo, empezar de nuevo cada vez, cada espectáculo como si fuera el primero, partir de un no sé, de un no entiendo. Y no de una técnica ni de una forma. Una vez me preguntaron en un noticiero ¿Tú cómo te defines?, y yo dije “No, justamente la humanidad inventó los chismes para que uno no tuviera que pasar por esa vergüenza de definirse a sí mismo”.

-Por último Nicolás ¿Qué lecciones te llevas de este festival?

Ha habido encuentros importantes, reencontrarme con la gente, volver a Cali, eso ha sido lo más importante. Ahora, soy alguien de reacciones lentas, no asimilo inmediatamente, me tardo mucho en entender qué fue lo que aprendí. Acostumbro decir que aprendo a pesar de mí mismo. Por eso me tardo en entender. De pronto allá aparece, en otro momento, más adelante, una luz y… ¡Ah! ¡Era eso! Por ahora puedo decir, por un lado, que he recibido mucho afecto y eso me reconforta. Por otro que hay peleas que siguen pendientes, que hay que seguir dándolas, la guerra por no caer en la tentación de la palabra fácil, del chiste fácil, lo que he dicho de las historias en contra las mujeres, lo sigo viendo, aún después de tantos años y aún habiendo entrado en otro siglo y en otro pensamiento, los mismos chistes malos. Además veo pocas mujeres contando en los festivales. Veo poca relación con los cuenteros populares tradicionales, ahí hay una serie de peleas que hay que seguir dando. Nosotros, los cuenteros o narradores o contadores o teatreros del arte de la palabra, como quieran llamarnos, somos asesinos. Estamos matando algo. Cuando nos subimos a un escenario estamos matando tradiciones. No pensemos que estamos solamente creando. No. Si detrás de nosotros pasa un cuentero popular tradicional, la va a pasar mal. Le va a ser difícil contar. Hemos acostumbrando al público a otra manera de escuchar, tenemos un especial manejo de lo espectacular, un manejo del tiempo, del ritmo. Que imponen un tiempo y un ritmo muy tiránicos en los que hay muchos cuentos que no caben. Por esos insisto tanto en que a los festivales se invite a los cuenteros pupilares tradicionales, son nuestro patrimonio. Son la savia, la fuente, las raíces que permiten florecer.

- ¡Y qué deberíamos aprender entonces del cuentero popular tradicional?

No sé qué deberíamos aprender, lo que sí sé es que deberíamos por lo menos darnos la oportunidad y darle la oportunidad al público de que en cada festival haya por lo menos un cuentero popular tradicional, un viejo cuentero. Pero eso significa riesgos, los cuenteros tradicionales manejan otros tiempos… En este festival ha habido una cosa muy importante, y creo que eso tiene que ver con Jorge Olaya, y ha sido una enorme libertad en los tiempos que le han dado a cada uno para contar. Me parece un logro el que no nadie con un cronómetro tomándole el tiempo a cada cuentero. Parece una aberración pero así pasa en muchos festivales. El problema viene de los cuenteros mismos, que ha menudo se toman todo el tiempo de los demás. En este festival he sentido que se ha confiado en que cada uno respetará los tiempos de los otros. Es delicado, con relación al público, pero al mismo tiempo también ha habido como una libertad para que la gente se salga si se quiere salir.
En este sentido, lo que ocurre con el cuentero popular tradicional es que nosotros estamos como, cortándole el pasto. Cuando nosotros pasamos, cualquiera de nosotros, por un espacio, manejamos el público, manejamos la escena, manejamos una cantidad de cosas y si después pasa un cuentero popular él no tiene los mismos recursos, su arte es otro, mucho menos vistoso pero tal vez más nutritivo. ¿Cómo hacer para que él pueda estar y tengan su tiempo, su espacio? ¿Cómo hacer para que no se sienta violentado? ¿Para que no desnaturalice su arte queriendo parecerse a lo que hacemos? Para empezar deberíamos valorar lo que ellos tienen y otorgarles el lugar que se merecen.

Para responder al qué debemos aprender de tu pregunta, diría que de los viejos que he oído no he aprendido sólo historias, algunas sí, por supuesto, pero he aprendido otras cosas, de valor inestimable. Cuando fui al África, la mayoría de las historias que encontré ya las conocía, de alguna manera. –Además de todos los cuentos escuchados en el Pacífico colombiano donde hay una tradición africana viva, había hecho una investigación previa en bibliotecas. Lo que me fascinó en ese viaje fue la relación que ellos establecen con la palabra. Cuando uno ve un cuentero popular y ve la relación que él establece con la palabra, es maravilloso. Es algo que hay que ver, vivir. No se puede ni leer, no sirve escucharlo contado por otro. Es la respiración. El acento. La densidad… Es la facilidad de alargar o de comprimir el tiempo…

-El domingo que yo narré, tú me hiciste un comentario sobre la historia que conté, me dijiste “es que Quetzalcoatl se quema y esto me llena de muchas emociones pero de muchas dudas”. ¿Qué opinas de esta historia, qué es lo que me podrías comentar?

No eran las mejores condiciones para escucharla. Las condiciones eran complicadas, por el espacio, porque el sonido era malo, la luz. No se te veía, me imagino que conmigo pasó lo mismo. También lo sentí cuando estaba contando. Lo que traté de decirte era que no lograba entender el sentido de incendio de ese personaje. Ese dios inmolándose, quemándose… Y sí, uno ve la imagen cuando tú lo cuentas, pero ¿qué es lo que pasa detrás? No logro percibirlo y eso me hace pensar; ¿Por qué esa historia hoy, aquí y ahora? ¿Por qué? Hoy por ejemplo, en la charla que hiciste, con la historia del Subcomandante Marcos la de
La Palabra Resistencia y con el viejo que ya se murió y al que Marcos sigue escuchando y ve en el presente… Hay una relación brutal con él aquí y ahora.

Vivo enamorado del presente, vivo enamorado del tiempo que vivo. Este es el tiempo que más me importa. No estoy enamorado del pasado. No me interesa recuperar el pasado. No cuento cuentos para que nos lleven a tiempos pasados. Cuento historias que tienen que ver conmigo, aquí, ahora, hoy en día. Que a mi juicio tienen una actualidad muy fuerte, tiene un sentido hoy, aquí, me ocurren, me están pasando. Es casi una obsesión. Una obsesión del presente, del tiempo que me ha tocado vivir. De esta manera, ahí en esa inmolación de Quetzalcoatl había un sentido que se me escapaba, un sentido perdido, en algo que tiene una importancia enorme en el relato y que tiene una imagen muy grande que tú construyes con tu vos y tus gestos. ¿Qué quiere decir que un dios se queme? ¿Que es en esa cultura quemarse?

-Pues yo nunca había pensado en eso, pero me pusiste a pensar mucho y me pusiste a pensar y ahora que te platicaba a ti la leyenda Muisca, y que te decía de las identidades y que tu me dijiste “hujule, es que eso esta muy revuelto ya” ¿Te acuerdas?, más me puse a pensar, porque había mucha similitud.

Sí. Creo que la leyenda de Bachué y Bochica nos la han contado mal. Y es casi la única leyenda indígena que nos cuentan en el colegio. Me acuerdo de la trascripción que había en el libro de Español, era muy esquemática y no tenía ninguna gracias. Habría qué preguntarse: ¿desde dónde fue recogida esa historia? Es un poco como lo que te decía el otro día: El Rabinal Achí de los mayas quichés, fue recogido por los españoles, ellos lo catalogaron como un drama ballet, ¿pero qué significa drama ballet? Transcribieron la música, pero ellos la oían en ritmo de tres cuartos, como un vals. Tuvieron que pasar siglos para que los musicólogos entendieran que estaba escrito en otros ritmos, parea empezar uno de seis octavos. Uno oye desde una cultura, no oye todo, no lo ve todo. Cuando uno le muestra a los europeos que vienen a Colombia por primera vez, los famosos almendros que García Márquez nombra en su obra, no lo pueden creer. Para ellos ese árbol, en general no muy alto, de tronco flaco, coronado de un nutrido follaje, no tiene nada que ver con un almendro, además los frutos que da son muy distintos. Lo que ellos se imaginan cuando leen el libro no tiene nada que ver con lo que descubren al ir a Aracataca o a Barranquilla. Los conquistadores españoles, y sobre todo los curas que los acompañaban, lo fueron nombrando de acuerdo a lo que traían en los ojos, en los oídos, en la cabeza. Y no solo hablo de animales, árboles, lugares, por ejemplo, si le preguntas a un francés ¿dónde queda el alma? Te va a decir que en la cabeza. Pero para nosotros el alma no está en la cabeza, jamás. Si decimos te quiero con el alma no estamos hablando de un amor racional, ¿verdad? ¿Qué pasa con esa palabra que nombra dos ideas tan distintas? Hay un hueco, son huecos en la representación mental, huecos en el pensamiento. Para mí es determinante. Es determinante en el momento de entender una historia. ¿Desde dónde se entiende, se ha entendido una historia? ¿Desde dónde se la ha trascrito? Y si no me lo pregunto, repito, como el que hace la fotocopia del cuento en unas horas. Por eso insisto tanto en la apropiación del cuento. No quiero decir que hay que entenderlo porque entenderlo puede significar reducirlo a mi estrechez mental pero preguntarme, indagarlo e indagarnos en él. La historia de Bachué y Bochica ha sido entendida desde unas perspectivas muy distintas a la gente que contaba esa historia en el lugar donde esa historia nació. Ha sido recogida desde otra óptica, distinta a los pueblos que la contaron y que la siguen contando porque lo más insólito es que hay está la laguna, hay está la gente que la cuenta. Tardé mucho tiempo en encontrar una versión de ese mito con la que me pudiera, digamos, reconciliar, entender. Por eso dudo y digo que digo que hay que ver cómo y de dónde viene esa versión que llega a ti.

Nicolás ¿Y en donde queda el alma?.


Nicolás sonríe y me dice: - ¿Para mí?… ¿el alma…? Está en el cuerpo. El alma no está en la cabeza. El alma es lo contrario de la cabeza, tiene que ver con palabras como entrañable, por ejemplo, que viene de las entrañas. Tiene que ver con los pálpitos que vienen del corazón. No sé… En todo caso, la mía, no está en la cabeza.




CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA



CUENTOS E HISTORIAS PARA LA TERNURA. 

La historia de este día jueves 14 de junio del 2013.


Amigas y amigos
Este día se cumplen 85 años del natalicio de El Ché. Por esas bromas de la vida yo envié hace un mes la historia escrita por Eduardo Galeano. Despistado que soy. Bueno, ahora les envío la misma obra de Galeano má sun texto escrito por José Saramago y un tercero por El Hombre del Traje Gris. Ojala y les gusten. Un abrazo y que recordar a este gran hombre nos llene de ternura para movernos a construir un mundo en donde quepan todos los mundos.


CAMPANADAS POR ÉL

¿Ha muerto en 1967, en Bolivia, porque se equivocó de hora y de lugar, de ritmo y de manera?  ¿O ha muerto nunca, en ninguna parte, porque no se equivocó en lo que de veras vale para todas las horas y lugares y ritmos y maneras? 
Creía que hay que defenderse de las trampas de la codicia, sin bajar jamás la guardia. Cuando era presidente del Banco Nacional de Cuba, firmaba Che los billetes, para burlarse del dinero. Por amor a la gente, despreciaba las cosas. Enfermo está el mundo, creía, donde tener y ser significan lo mismo. No guardó nunca nada para sí, ni pidió nada nunca. 
Vivir es darse, creía; y se dio.
                                                                                                         Eduardo Galeano


BREVE MEDITACIÓN SOBRE UN RETRATO DE CHE GUEVARA
                                                                                                        
                                                                                                          José Saramago

No importa que retrato. Uno cualquiera: serio, sonriendo, arma en mano, con Fidel o sin Fidel, diciendo un discurso en las Naciones Unidas, o muerto, con el torso desnudo y ojos entreabiertos, como si del otro lado de la vida todavía quisiera acompañar el rastro del mundo que tuvo que dejar, como si no se resignase a ignorar para siempre los caminos de las infinitas criaturas que estaban por nacer. Sobre cada una de estas imágenes se podría reflexionar profusamente, de un modo lírico o de un modo dramático, con la objetividad prosaica del historiador o simplemente como quien se dispone a hablar del amigo que descubre haber perdido porque no lo llegó a conocer.

Al Portugal infeliz y amordazado de Salazar y de Caetano llegó un día el retrato clandestino de Ernesto Che Guevara, el más célebre de todos, aquel hecho con manchas fuertes de negro y rojo, que se convirtió en la imagen universal de los sueños revolucionarios del mundo, promesa de victorias a tal punto fértiles que nunca habrían de degenerar en rutinas ni en escepticismos,antes darían lugar a otros muchos triunfos, el del bien sobre el mal, el de lo justo sobre lo inicuo, el de la libertad sobre la necesidad. Enmarcado o fijo a la pared por medios precarios, ese retrato estuvo presente en debates políticos apasionados en la tierra portuguesa, exalto argumentos, atenuó desánimos,arrullo esperanzas. Fue visto como un Cristo que hubiese descendido de la cruz para descrucificar a la humanidad, como un ser dotado de poderes absolutos que fuera capaz de extraer de una piedra con que se mataría toda la sed, y de transformar esa misma agua en el vino con que se bebería el esplendor de la vida. Y todo esto era cierto porque el retrato de Che Guevara fue, a los ojos de millones de personas, el retrato de la dignidad suprema del ser humano.

Pero fue también usado como adorno incongruente en muchas casas de la pequeña y de la media burguesía intelectual portuguesa, para cuyos integrantes las ideologías políticas de afirmación socialista no pasaban de un mero capricho coyuntural,forma supuestamente arriesgada de ocupar ocios mentales, frivolidad mundana que no pudo resistir al primer choque de la realidad, cuando los hechos vinieron a exigir el cumplimiento de las palabras. Entonces, el retrato del Che Guevara,testimonio, primero, de tantos inflamados anuncios de compromiso y de acción futura, juez, ahora, del miedo encubierto, de la renuncia cobarde o de la traición abierta, fue retirado de las paredes, escondido, en la mejor hipótesis, en el fondo de un armario, o radicalmente destruido, como se quisiera hacer con algo que hubiese sido motivo de vergüenza.

Una de las lecciones políticas más instructivas, en los tiempos de hoy, seria saber lo que piensan de sí mismos esos millares y millares de hombres y mujeres que en todo el mundo tuvieron algún día el retrato de Che Guevara a la cabecerade la cama, o enfrente de la mesa de trabajo, o en la sala donde recibían a lo samigos, y que ahora sonríen por haber creído o fingido creer. Algunos dirían que la vida cambió, que Che Guevara, al perder su guerra, nos hizo perder la nuestra, y por tanto era inútil echarse a llorar, como un niño a quien se le ha derramado la leche. Otros confesarían que se dejaron envolver por una moda del tiempo, la misma que hizo crecer barbas y alargar las melenas, como si la revolución fuera una cuestión de peluqueros. Los más honestos reconocerían que el corazón les duele, que sienten en el movimiento perpetuo de un remordimiento,como si su verdadera vida hubiese suspendido el curso y ahora les preguntase,obsesivamente, adonde piensan ir sin ideales ni esperanza, sin una idea de futuro que de algún sentido al presente.

Che Guevara, si tal se puede decir, ya existía antes de haber nacido, Che Guevara, si tal se puede afirmar, continúa existiendo después de haber muerto. Porque Che Guevara es sólo el otro nombre de lo que hay de mas justo y digno en el espíritu humano. Lo que tantas veces vive adormecido dentro de nosotros. Lo que debemos despertar para conocer y conocemos, para agregar el paso humilde de cada uno al camino de todos.



EL HOMBRE

   La puerta se abrió de un fuerte golpe.Apareció un hombre con un fusil. Tenía órdenes precisas de dispararle al prisionero abajo del cuello, nada en la cabeza.

El prisionero, atado de las manos, se levantó del suelo y dirigiéndose a su verdugo le dijo:
“Mírame a los ojos, sabes bien quien soy, mírame a los ojos porque vas a matar a un hombre”

El verdugo disparó su arma varias veces. “La  Oveja Negra” cayó al suelo.  Quienes mandaron al verdugo afirmaron que el prisionero estaba muerto al fin.

Sin embargo, al año siguiente,  en julio de 1968, se le vio caminando por las calles de la Ciudad de México, en el hermosos  Paseo de la Reforma junto a miles de estudiantes, trabajadores y amas de casa. Meses antes ya había sido visto en París y  en Tokio.

27 años después de haber sido acribillado, se le vio en una lejana comunidad de las montañas del sureste mexicano  sentado entre los matorrales, escuchando las platicas de los sin rostro para iniciar la guerra,  y seis años más tarde apareció en los campos de la Ciudad Universitaria de este mismo país, una vez más, con estudiantes, ahora del Consejo General de Huelga.

Cuando el primer presidente indígena de Bolivia pronunciaba un discurso en aquella  escuela en donde “El Hombre” estuvo detenido, él,  sentado a la sombra de un árbol estaba ahí, con su boina, su mirada serena, de amor, otra vez, escuchando a  su gente, a su pueblo, que alguna vez quienes lo acribillaron habían dicho que esos campesinos “lo habían abandonado”.

En junio del 2011 se le vio a bordo de uno de los camiones de La Caravana del Consuelo, y con ella atravesó 3 500 kilómetros de suelo mexicano. Y cuentan que en la comunidad de Vicente Guerrero, en el estado de Durango, estuvo escuchando los relatos de las madres de los muchachos que son secuestrados por  los sicarios y los paramilitares en la madrugada. Y dicen que “El necio”  las veía y apuntaba en su corazón aquellas palabras femeninas. Y que lo mismo hacía en todos lados, en Morelia, en San Luis, Durango, Torreón, Saltillo, Monterrey, Camargo, Jiménez, Delicias, Chihuahua y Juárez. Miraba, escuchaba, lloraba, apuntaba, y cuando había baile y canto, también ahí estaba.

El 1 de diciembre del 2012 se le vio en La Batalla de San Lázaro en la Ciudad de México junto a muchachas y muchachos perseguidos y golpeados por la policía. Y hace unos días, el pasado lunes 10 de junio de este 2013, él miraba y miraba desde la acera de la Catedral Metropolitana en el Zócalo de la Ciudad de México a los jóvenes que recordaban a sus muertos de hace 46 años y defendían su derecho a la protesta y a la dignidad.

Necio, necedad, dulce necedad, dulce firmeza. Murió como vivió, Vive como murió, caminando es lo que él es, y nace en cada momento.
Este hombre nace todos los días, ahí en donde hay dignidad, esperanza, amor, y disposición a la Revolución.
El Necio, La Oveja Negra, El Hombre,  sigue enseñando día a día la necedad de vivir sin tener precio.

                                                                                                     El Hombre del Traje Gris.






                                                                                        14 de junio del 2013.